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He meditado hoy, en un intervalo de sentir, en la forma de prosa
que uso. En verdad, ¿cómo escribo? He tenido, como todos
han tenido, el deseo pervertido de querer tener un sistema
y una norma.
Es cierto que he escrito antes de la norma y del sistema; en esto,
por tanto, no soy diferente de los demás.
–
Analizándome esta tarde, descubro que mi sistema de estilo se
asienta en dos principios, e inmediatamente, y con la buena manera
de los buenos clásicos, erijo estos dos principios en fundamentos
generales de todo estilo: decir lo que se siente exactamente como
siente —claramente, si es claro; oscuramente, si es oscuro;
confusamente, si es confuso—; comprender que la gramática
es un instrumento, y no una ley.
–
Supongamos que veo ante nosotros una muchacha de modales
masculinos. Un ente humano vulgar dirá de ella, «Esa muchacha
parece un muchacho». Otro ente humano y vulgar, ya más cerca
de la conciencia de que hablar es decir, dirá de ella «Esa muchacha
es un muchacho». Otro igualmente consciente de los deberes de la
expresión, pero más animado por el afecto de la concisión, que es
la lujuria del pensamiento, dirá de ella «Ese muchacho».
Yo diré «Esa muchacho», violando la más elemental de las reglas
gramaticales, que manda que haya concordancia de
género, como de número, entre la voz substantiva y la adjetiva.
Y habré dicho bien: habré hablado en términos absolutos,
fotográficamente, fuera de la vulgaridad, de la norma, y de
la cotidianeidad. No habré hablado: habré dicho.
–
La gramática, al definir el uso, hace divisiones legítimas y falsas.
Divide, por ejemplo, los verbos en transitivos e intransitivos;
sin embargo, el nombre de saber decir tiene muchas veces que
convertir un verbo transitivo en intransitivo para fotografiar lo
que siente, y no para, como el común de los animales hombres,
el ver a oscuras. Si quiero decir que existo, diré «Soy».
Si quiero decir que existo como alma separada, diré «Soy yo».
Pero si quiero decir que existo como entidad que a sí misma se
dirige y forma, que ejerce junto a sí misma la función divina de crearse,
¿cómo he de emplear el verbo «ser» sino convirtiéndolo súbitamente
en transitivo?
Y entonces, triunfalmente, antigramaticalmente supremo, diré «Me soy».
Habré dicho una filosofía en dos palabras pequeñas. ¿Cuan preferible
no es esto a no decir nada en cuarenta frases?
¿Qué más se puede exigir de la filosofía y de la dicción?/
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Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente.
Sírvase de ella quien sabe mandar en sus expresiones.
Cuéntase de Segismundo, Rey de Roma, que, habiendo, en
un discurso público, cometido un error gramatical, respondió a
quien le habló de él, «Soy Rey de Roma, y además de la gramática».
Y la historia narra que fue conocido en ella como
Segismundo «super-grammaticam».
–
¡Maravilloso símbolo! Cada hombre que sabe decir lo que
dice es, a su manera, Rey de Roma. El título es regio y la razón
del título es serse.
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Meditei hoje, num intervalo de sentir, na forma de prosa
de que uso. Em verdade, como escrevo? Tive, como muitos
têm tido, a vontade pervertida de querer ter um sistema e
uma norma. E certo que escrevi antes da norma e do sistema;
nisso, porém, não sou diferente dos outros.
Analisando-me à tarde, descubro que o meu sistema de
estilo assenta em dois princípios, e imediatamente, e à boa
maneira dos bons clássicos, erijo esses dois princípios em
fundamentos gerais de todo estilo: dizer o que se sente exatamente
como se sente — claramente, se é claro; obscuramente,
se é obscuro; confusamente, se é confuso —; compreender
que a gramática é um instrumento, e não uma lei.
Suponhamos que vejo diante de nós uma rapariga de
modos masculinos. Um ente humano vulgar dirá dela,
«Aquela rapariga parece um rapaz». Um outro ente humano
vulgar, já mais próximo da consciência de que falar é
dizer, dirá dela, «Aquela rapariga é um rapaz». Outro ainda,
igualmente consciente dos deveres da expressão, mas
mais animado do afeto pela concisão, que é a luxúria do pensamento,
dirá dela, «Aquele rapaz». Eu direi, «Aquela rapaz»,
violando a mais elementar das regras da gramática,
que manda que haja concordância de gênero, como de número,
entre a voz substantiva e a adjetiva. E terei dito
bem; terei falado em absoluto, fotograficamente, fora da chateza,
da norma, e da quotidianidade. Não terei falado: terei
dito.
A gramática, definindo o uso, faz divisões legítimas e
falsas. Divide, por exemplo, os verbos em transitivos e intransitivos;
porém o homem de saber dizer tem muitas vezes
que converter um verbo transitivo em intransitivo para fotografar
o que sente, e não para, como o comum dos animais
homens, o ver às escuras. Se quiser dizer que existo, direi
»Sou». Se quiser dizer que existo como alma separada, direi
«Sou eu». Mas se quiser dizer que existo como entidade
que a si mesma se dirige e forma, que exerce junto de si
mesma a função divina de se criar, como hei de empregar o
verbo «ser» senão convertendo-o subitamente em transitivo?
E então, triunfalmente, antigramaticalmente supremo,
direi, «Sou-me». Terei dito uma filosofia em duas palavras
pequenas. Que preferível não é isto a não dizer nada em quarenta
frases? Que mais se pode exigir da filosofia e da dicção?
Obedeça à gramática quem não sabe pensar o que sente.
Sirva-se dela quem sabe mandar nas suas expressões. Contase
de Sigismundo, Rei de Roma, que, tendo, num discurso
público, cometido um erro de gramática, respondeu a quem
dele lhe falou, «Sou Rei de Roma, e acima da gramática».
E a história narra que ficou sendo conhecido nela como Sigismundo
«super-grammaticam». Maravilhoso símbolo! Cada
homem que sabe dizer o que diz é, em seu modo, Rei de
Roma. O título não é mau, e a alma é ser-se.
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Fernando Pessoa
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Do Livro do Desassossego
composto por Bernardo Soares
Traducción Leyla Perrone-Moises
Editora Brasiliense 2ª edición
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Del Libro del desasosiego de Bernardo Soares, 16
Seix Barral, 1997
Traducción de Ángel Crespo
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