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Envidio —pero no sé si envidio— a aquellos de quienes se puede escribir una biografía, o que pueden

escribir la propia. En estas impresiones sin nexo, ni deseo de nexo, narro indiferentemente mi biografía sin hechos, mi

historia sin vida. Son mis Confesiones y, si nada digo en ellas, es que no tengo nada que decir. ¿Qué tiene alguien que

confesar que valga o que sirva?

Lo que nos ha sucedido, o le ha sucedido a todo el mundo o sólo a nosotros; en un caso, no es novedad, y

en el otro no es cosa que se comprenda. Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir. Lo que

confieso no tiene importancia, pues nada tiene importancia.

Hago paisajes con lo que siento. Hago fiestas de las sensaciones. Comprendo bien a las bordadoras gracias

a la amargura, y a las que hacen punto de media porque hay vida. Mi tía vieja hacía solitarios durante lo infinito de la

velada. Estas confesiones de sentir son solitarios míos. No los interpreto, como quien usase cartas para saber el destino.

No los ausculto, porque en los solitarios las cartas no tienen propiamente valor.

Me desenrollo como una madeja multicolor, o hago conmigo figuras de cordel, como las que se tejen entre los

dedos estirados y se pasan de unos niños a otros. Sólo me preocupo de que el pulgar no estropee el lazo que le corresponde.

Después, vuelvo la mano y la imagen resulta diferente. Y vuelvo a empezar. Vivir es hacer punto de media con una intención

de los demás. Pero, al hacerlo, el pensamiento es libre, y todos los príncipes encantados pueden pasear por sus parques

entre zambullida y zambullida de la aguja de marfil de pico al revés. Punto de ganchillo de las cosas… Intervalo… Nada…

Por lo demás, ¿con qué puedo contar conmigo? Una acuidad horrible de las sensaciones, y la comprensión

profunda de estar sintiendo… Una inteligencia aguda para destruirme, y un poder de ensueño ávidamente deseoso de

entretenerme… Una voluntad muerta y una reflexión que la arrulla, como a un hijo vivo… Sí, punto de ganchillo…

 

 

Invejo — mas não sei se invejo — aqueles de quem se pode escrever uma biografia, ou que podem

escrever a própria. Nestas impressões sem nexo, nem desejo de nexo, narro indiferentemente a minha autobiografia

sem fatos, a minha história sem vida. São as minhas Confissões, e, se nelas nada digo, é que nada tenho que dizer.

Que há (de alguém) confessar que valha ou que sirva?

O que nos sucedeu, ou sucedeu a toda a gente ou só a nós; num caso não é novidade, e no outro não é

de compreender. Se escrevo o que sinto é porque assim diminuo a febre de sentir. O que confesso não tem importância,

pois nada tem importância.

Faço paisagens com o que sinto. Faço férias das sensações. Compreendo bem as bordadoras por mágoa

e as que fazem meia porque há vida. Minha tia velha fazia paciências durante o infinito do serão. Estas confissões de

sentir são paciências minhas. Não as interpreto, como quem usasse cartas para saber o destino. Não as ausculto,

porque nas paciências as cartas não têm propriamente valia.

Desenrolo- me como uma meada multicolor, ou faço comigo figuras de cordel, como as que se tecem nas mãos

espetadas e se passam de umas crianças para as outras. Cuido só de que o polegar não falhe o laço que lhe compete.

Depois viro a mão e a imagem fica diferente. E recomeço. Viver é fazer meia com uma intenção dos outros. Mas, ao

fazê-la, o pensamento é livre, e todos os príncipes encantados podem passear nos seus parques entre mergulho e

mergulho da agulha de marfim com bico reverso. Crochê das coisas… Intervalo… Nada…

De resto, com que posso contar comigo? Uma acuidade horrível das sensações, e a compreensão profunda

de estar sentindo… Uma inteligência aguda para me destruir, e um poder de sonho sôfrego de me entreter… Uma

vontade morta e uma reflexão que a embala, como a um filho vivo… Sim, crochê… 

 

 

 

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Del español: 

Libro del desasosiego 5

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición


Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición

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pessoa

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

30 Comentarios

  1. vladimira

    La soledad forma parte de nuestra sustancia. Dentro de nosotros sólo estamos nosotros. Incluso tenemos que aprender a comunicarnos . Y además es bueno no perder la soledad, sólo estando solos tomamos verdaderamente nuestras decisiones y desde la soledad somos capaces de respetar al otro.
    Pocas ocasiones hay en la vida en que no sentirse solo es satisfactorio, una es cuando nos enamoramos y sentimos esa fusión con la persona amada casi cosa mágica y otra cuando tenemos hijos. Hasta que tienen su personalidad son una continuidad de nosotros.
    Otra cosa es cómo cada uno vive la soledad. Me temo que la sociabilidad está tan sobrevalorada que hay muchas personas que se sienten desgraciadas por no caer bien o por no pertenecer a determinados grupos. Pero esa visión negativa de la soledad está fabricada.
    Yo creo que Pessoa es de las pocas personas que auténticamente no estuvieron solas.

    Responder
  2. caballo

    Vlad: pero creo que hablas de la soledad -tú misma lo dices- sustancial:

    claro que es la imprescindible: es el derecho a existir, entiendo, que tiene un árbol,

    una montaña… eso que es tan difícil de conseguir para un humano. También estoy contigo

    en la sobrevaloración de la sociabilidad, que en realidad es un pseudo, un parece, pero no

    es auténtica, y en que la soledad como un mal es fabricada y nos la venden, entre las cosas

    que se usan para aterrorizar al personal.

    No sé si Pessoa no estuvo solo. Si no lo estuvo, supo que no amó ni fue amado nunca… excepto por

    su madre, supongo. Y tampoco tuvo esa humilde soberanía de un árbol: sufrió demasiado.

    No sé.

    Narciso

    Responder
  3. vladimira

    A esa soledad me refiero. Cada vez nos alejamos más de la consciencia de esa soledad. Vivimos? Alienados. Incapaces de actuar sin preguntar antes a personas que no saben de qué les hablamos y aún así opinan. Vivimos sin reconocer qué personas tienen autoridad para dar un consejo. Es más, sabemos quiénes son pero no queremos reflexionar.
    A veces, uno siente esa soledad de la que hablamos y se asusta!
    Y se asusta de sí mismo!
    No se si existe mayor alienación que habitarse en esas condiciones.

    Responder
  4. caballo

    Vlad: entonces tenemos: esa como soledad que viene a ser más bien que uno, por ser él mismo

    y no otro, está solo: tiene cierta soberanía y cierta dignidad, como la de un árbol o un elefante.

    Y creo que luego, a partir del ser que cada uno es, buscamos la réplica, la respuesta: algo que sabemos

    que tiene que estar en algún sitio -porque lo somos- pero que no aparece. En la adolescencia quizá somos

    más apasionados tanto en percibir que no tenemos ni sabemos bien quién, cual es nuestro ser verdadero,

    como en buscarlo con prioridad a veces excesiva. Después -en general- se van templando los ánimos y las gaitas

    y nos conformamos más o menos, y los otros -que siempre han estado ahí- nos van importando e interesando

    más. Digamos que dejamos de buscar eso que nos falta -y que nos sabemos bien qué es, o incluso si nos lo inventamos-

    y volvemos la búsqueda y el interés hacia los otros. Esa falta de algo, quizá de nosotros mismos, no es propiamente

    una soledad, sino lo dicho: una falta. Pero no cualquier falta.

    Ahora: si ya instalados en el mundo -por decirlo de algún modo- y habiendo aceptado que son los otros los que mejor

    o peor nos acompañan -aunque no radicalmente, ya que no hemos encontrado lo que nos faltaba, que sí era radical-

    puede resultar que por nosotros mismos -la energía o la vitalidad o multitud de experiencias nos pueden dejar bajo mínimos-

    o porque los otros se vayan perdiendo, o alejando o muriendo, nos encontremos sin ellos: solos de los otros, que en sí no

    es una situación extrema, pero tampoco recordamos ya aquella réplica inicial que, en su día, buscamos como la verdadera,

    y esa soberanía o dignidad del ser que compartimos con los leones y los geranios, tampoco nos acompaña: simplemente nos

    hace seguir siendo con más o menos dignidad y derecho a existir, a estar en el mundo.

    Pero en este momento: sin los otros, sin acordarnos de que no hemos encontrado nuestro ser verdadero pero ya no lo buscamos

    y con esa soledad digna de existir que, por lo menos, nos da cierta elegancia e impide que nos vendamos por un poco de compañía,

    es cuando la soledad puede ser tremenda. Digo.

    Narciso

    Responder
  5. vladimira

    Hablo de esa soledad sí, la de l árbol y la del elefante. Pero por ser personas no es suficiente. Hablo de la soledad de cerrar los ojos y los oídos y decir o hacer sin estar condicionados por todas esas cosas que creemos necesarias antes de hacer algo y que no aportan nada a nuestra sabiduría interior.
    Esa soledad buena que dignifica nuestro interior y hace que estemos allí cómodos y seguros tomando nuestras decisiones sin necesidad de explicar nada a nadie.
    Pero esa soledad sustancial está desapareciendo y las personas no somos capaces de pensar ni actuar sin tener consciencia de los de alrededor. Y nuestro interior se convierte en un teatro y ya no es ese lugar cómodo sino un sitio en el que uno actúa para buscar el aplauso o si actúa sabiendo que no va a ser aceptado ni reconocido y para asustarse y no estar tranquilo.
    La cosa es que no actuamos sin tener en cuenta a esos otros y entonces, hay miedo a ese rechazo. Este mundo está lleno de personas que matan esa soledad a golpe de sociabilidad sin darse cuenta que con eso destrozan ese lugar habitable que uno debería ser cuando cierra los ojos.
    El ser humano no puede confirmarse con la dignidad del existir porque tiene conciencia y no es sólo un cuerpo vivo. La dignidad viene de la soberanía solitaria.
    No sé si ahora ya me explico.

    Responder
  6. vladimira

    La soledad de cerrar los ojos y los oídos y saber quién es uno.

    Responder
  7. caballo

    ¿Y por qué nos importan tanto los demás? Bueno, es igual, me quedo con:

    La soledad de cerrar los ojos y los oídos y saber quién es uno.

    Narciso

    Responder
  8. angel

    Creo que esa respuesta es íntima, es personal de cada uno.
    Es absurdo contestarla. Perdería su significado…nu sé.

    Ángel

    Responder
  9. angel

    Bueno, mejor dicho, su razón de ser…

    Ángel

    Responder
  10. Vlad

    Los demás nos importan? los demás como ente general nos importan tanto como vernos guapos ante el espejo. Quiero decr que nos fijamos en los demás para hacernos una idea de cómo somos y ese es el error. Que no existen «los demás» sino que anticipamo una opinión general. No hablo de personas concretas sino de la opinión que la «gente» tenga de nosotros. Con el término gente me pasa como con el térmio normalidad: que creo que no existen.
    A ver, y la cosa ya no es que existan o no, la cosa es que salimos de la soledad buena para caer en la nada de esa opinión que no existe. ¿Quién es esa gente que nos sirve para saber si nuestras acciones son bien vistas? vistas por quién?
    De todas formas el ser human es muy contradictorio, ¿alquién cree que el teléfono se inventó para que la gente se comunicase? ¿O el washap? yo creo que sólo fue por comodidad, para no hacer de la comunicación un acto de voluntad que requiera un esfuerzo, para simplificarlo tanto que pierda su esencia. Antes la gente escribía cartas, se sentaba y escribía algo que mereciera la pena ese esfuerzo,no escribíamos para preguntar a alguien qué había comido o quejarse o dar la lata sin más. Si querías hablar con alguien ibas a hablar.
    Por supuesto, que no hablo de casos concretos de buen uso de estos medios, de personas a las que les hace un gran papel, sino de la laxitud con la que uno molesta al prójim, lo saca de su soledad para cualquier cosa.

    Responder
  11. Vlad

    Es alienante pensar en los demás, nos aleja de la soledad soberana y nos acerca al vacío.

    Responder
  12. caballo

    Aunque la gente y la normalidad, propiamente hablando, no existan, lo cierto

    es que, en el día a día, uno se encuentra bastante o mucho con concreciones de la gente

    normal, que posiblemente no sean más que paisaje urbano y, con demasiada frecuencia,

    una molestia, un incordio, un obstáculo. Y, además, en tiempos malos -como estos- quedamos

    expuestos a que ese paisaje urbano que nos es ajeno y, con suerte, indiferente -con mala suerte,

    una desgracia-, se vuelva de alguna forma contra nosotros y con un poder tremendo, casi absoluto.

    La pregunta es: ¿compensan esos otros del paisaje urbano? o, mejor, ¿por qué los aguantamos

    y, encima, les concedemos sobre nosotros un poder efectivo enorme? Mmmmm…

    Narciso

    Responder
  13. angel

    Cuando hablamos de gente, se supone que hablamos de cada individualidad,
    no de la generalidad. Sinó el mundo sería más caos del que es.
    A mi me gustaría saber si hay alguna manera de no contribuir más al caos latente, sino lo contrario.
    Creo que somos seres sociales por naturaleza y eso implica unas necesidades de comunicación,
    otra cosa es la calidad del mensaje. que es lo que ha bajado.
    Creo que la sociedad precisamente está montada para eso Vlad, para que cada uno esté consigo mismo en su soledad soberana,
    y no me parece bien. Vamos a peor…de momento.
    Soledad soberana si, pero también comunicación y vida social. La una sin la otra nope.

    A lo mejor el siguiente paso a la soledad soberana, es comunicarnos desde nuestra propia soledad, sin diluirnos enseguida, perdiendo nuestra esencia.

    Ángel

    Responder
  14. angel

    Y la pregunta quizá sea tal vez ¿y las cervezotas con los colegas? ¿dónde están quedando?

    Ángel

    Responder
  15. caballo

    Mmmm: una pregunta sencilla, Ángel: sin irnos a la ciencia ficción, sino

    simplemente prolongando y agravando un poco la situación… del país, por ejemplo:

    ¿puedes estar seguro -insisto, sin ciencia ficción- de que no te tocará matar o morir

    para defender tus derechos o tu vida -o la de los tuyos, claro? Hablo de… los

    próximos 10 años, por ejemplo. Y no te digo que vaya a ocurrir, pero ¿podrías asegurarlo?

    Narciso

    Responder
  16. angel

    Vaya, parece que las preguntas personales sólo me tocan a mi.
    Hombre, el código penal te obliga a defenderte ¿no?
    Esperemos que la ciencia ficción sea lo que usted propone, esperemos, desde luego.

    Ángel

    Responder
  17. vladimira

    A defenderte no te obliga nadie. Si no nos hemos aborregado suficiente, te defenderás sin pensar en el Código Penal. O igual no te defiendes.

    Responder
  18. angel

    No entiendo exactamente tus propuestas Vlad.
    ¿A qué le llamas aborregarse exactamente?
    ¿Porqué no me iba a defender?

    Ángel

    Responder
  19. angel

    Lo he sacado de Wikipedia.

    El derecho a la vida y la obligación de preservarla. Referente a la legítima defensa.

    ¿Hablábamos de mi vida o la de los míos no?

    Ángel

    Responder
  20. vladimira

    Lo que quiero decir es que yo creo que en un caso de esos debería actuar sin pensar en el Código Penal, haciendo uso de su soberana soledad decidirá.

    Responder
  21. angel

    Está claro, Vlad, eso por descontado.
    Sólo quería decir que incluso está regulado, precisamente para que no haya ni que pensarlo.
    He visto cosas raras en mi vida que no es propio contar aquí , que te sorprenderían Vlad.

    Ángel

    Responder
  22. angel

    Si quieres echamos una cerveza y te las cuento 🙂

    Ángel

    Responder
  23. vladimira

    Regulado para que no haya ni qué pensarlo???????????????????????????

    Responder
  24. angel

    Lógicamente tiene sus condiciones y circunstancias especiales claro.

    Ángel

    Responder
  25. angel

    No digo que esté regulado para eso.

    Lo he añadido a tu propuesta de que no hay que pensárselo, es instintivo.

    Ángel

    Responder
  26. angel

    Sigo pensando que con unas cervezas hubiésemos llegado al grano del asunto a la primera.

    Ángel

    Responder
  27. caballo

    Cómo está el patioooo…

    La cosa -por mi parte- iba más bien de que no sé para qué hablamos de la

    soledad del ser cuando cualquier día nos mataremos a hostias, tal como está

    el ambiente, cosa que tampoco estaría mal, quizá así sabríamos de una vez si

    hemos de esperar al próximo autobús o ya nos bajamos en esta parada.

    Narciso

    Responder
  28. angel

    Otro para las cervezas, así nos guardamos las espaldas en el autobús 🙂

    Responder
  29. vladimira

    Pues el asunto es cosa seria.

    Responder
  30. caballo

    Vlad: mejor que lo escuches con la tercera oreja… creo que tiene

    una pasión cervecera que no puede controlar: ¡quiere un autobús de cervezas, válgame dios¡ 😎

    Narciso

    Responder

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