Qué tal López

Un señor encuentra a un amigo y lo saluda, dándole la mano e inclinando un poco la cabeza.

Así es como cree que lo saluda, pero el saludo ya está inventado y este buen señor no hace

más que calzar en el saludo.

Llueve. Un señor se refugia bajo una arcada. Casi nunca estos señores saben que acaban de

resbalar por un tobogán prefabricado desde la primera lluvia y la primera arcada. Un húmedo

tobogán de hojas, marchitas.

Y los gestos del amor, ese dulce museo, esa galería de figuras de humo. Consuélese tu vanidad:

la mano de Antonio buscó lo que busca tu mano, y ni aquélla ni la tuya buscaban nada que ya no

hubiera sido encontrado desde la eternidad. Pero las cosas invisibles necesitan encarnarse, las

ideas caen a la tierra como palomas muertas.

Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente cerca del

estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre

sale más o menos bien; los verbos activos contienen el repertorio completo.

Hamlet no duda: busca la solución auténtica y no las puertas de la casa o los caminos ya hechos,

por más atajos y encrucijadas que propongan. Quiere la tangente que triza el misterio, la quinta hoja

del trébol. Entre sí y no, qué infinita rosa de los vientos. Los príncipes de Dinamarca, esos halcones

que eligen morirse de hambre antes de comer carne muerta.

Cuando los zapatos aprietan, buena señal. Algo cambia ahí, algo que nos muestra, que sordamente

nos pone, nos plantea. Por eso los monstruos son tan populares y los diarios se extasían con los

terneros bicéfalos. ¡Qué oportunidades, qué esbozo de un gran salto hacia lo otro!

Ahí viene López.

—¿Qué tal, López?

—¿Qué tal, che?

Y así es como creen que se saludan.

 

 

 


Julio Cortázar

Material plástico

En Historia de cronopios y de famas

Alfaguara 1995

Buenos Aires

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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