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Montmartre
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El fotógrafo del amor ha puesto una ventana lluviosa en medio de la calle, cuando ya es de noche y las luces se reflejan en el cemento mojado, y hay balconcillos con macetas, y dos tramos de escaleras que suben y bajan, y el toldo de un bar, y algunas personas, que se han refugiado de la lluvia en un soportal iluminado. Tal vez sería un lugar, un momento propicio para enamorarse, para coincidir con una persona a quien no tocara el tiempo, que la noche no pasara estando con ella, que no se apagaran uno a uno los anuncios de neón.
Luego, afortunadamente, el amor llega cuando quiere, donde quiere, si quiere, porque junto a la dulzura están los imanes de la muerte, y puede encontrarnos mientras escuchamos la música contrapasional de una sardana sosa, o cuando los caballos del tiempo sacian su sed con nuestra sangre, o cuando el firmamento se deshace las trenzas porque va apretando el calor.
Se dice que el amor, a veces, es misterioso como el color de la carne, con su perfume de azucena, como el alma, y que, otras veces, llega cargado con su sima, con su dibujo bellísimo. Aunque no nos vaya a encontrar en la escena lluviosa de la fotografía, nos gusta esperarlo en sitios así, quizá para no sentirnos tan impotentes, tan vendidos, sin nada que hacer para provocarlo.
Lo que sabemos es que, aunque no sirva para nada, se lo espera, no se lo aguarda: porque al que espera siempre le llega lo inesperado, pero al que aguarda sólo le llega lo que anticipa.
La tierra se oscurece después de llover, y el amor no ha llegado. En el universo todo es cacería, y sentimos de nuevo toda otra vida, todo otro dolor. Y nos repetimos, para templar la decepción, que la vida es solamente para tener en orden los labios, para mirarse las palmas de las manos, para dormirse con funda en la conciencia: una cosa triste con escasos intervalos alegres, con un olor difuso a carbonilla y a tierra.
El amor es algo así como una gran visita de energía que aumenta nuestro conocimiento de la irrealidad, de modo que conviene desconfiar si se parece más bien a la copia de una copia de otra copia.
Narciso de Alfonso
©Fotografía de Servando Gotor Sangil
Merodeos