Montmartre

 

 

Escúchalo aquí recitado por Tomás Galindo

 

 

 

 

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Es una calle lluviosa, cuando ya es de noche en París, y las luces se reflejan en el suelo mojado, y hay balconcillos con macetas, y dos tramos de escaleras que suben o bajan, y el toldo de un bar, y algunas personas se han refugiado en un soportal iluminado, aunque la lluvia sólo sea un incordio si no te quieres mojar.

Tal vez sería el lugar, el momento propicio para enamorarse, para coincidir con una persona a quien no tocara el tiempo, que la noche no pasara estando con ella, que no se apagaran uno a uno los anuncios de neón. Luego, afortunadamente, el amor llega cuando quiere, donde quiere, si quiere, como un copo de nieve que nunca cae en el lugar equivocado. Junto a la dulzura están los imanes de la muerte, y el sucio amor puede encontrarnos mientras escuchamos la música contrapasional de una sardana sosa, insoportable, o cuando los caballos del tiempo sacian su sed con nuestra sangre, o cuando el firmamento se deshace las gruesas trenzas porque va apretando el calor.

Se dice que, a veces, el amor es misterioso como el color de la carne, con su perfume de azucena, como el alma, y que, otras veces, llega con su sima, con su dibujo bellísimo y atroz. Aunque el maldito amor no nos va a encontrar en esta escena lluviosa, nos gusta esperarlo en sitios así, quizá para no sentirnos tan impotentes, tan vendidos, sin nada que hacer para provocarlo.

Lo que sabemos es que, aunque no sirva para nada, se le espera, no se le aguarda: porque al que espera, sólo, siempre le llega lo inesperado, pero al que aguarda sólo puede llegarle lo previsto: y el amor nunca es lo previsto.

La tierra se oscurece después de llover, y el odioso amor no ha llegado. En el universo todo es cacería, y sentimos de nuevo toda otra vida, todo otro dolor. Y nos repetimos, para templar la decepción, que la vida es solamente para tener en orden los labios, para mirarse las palmas de las manos, para dormirse con una funda en la conciencia: una cosa triste con escasos intervalos alegres, con un olor difuso a carbonilla y a tierra.

El amor es algo así como una gran visita de energía que aumenta nuestro conocimiento de la irrealidad, de modo que conviene desconfiar si se parece más bien a la copia de una copia de una copia: en tal caso no es el amor, sino la vecina del tercero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

©Fotografía de Servando Gotor Sangil

 


 

 

 

 

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