balconcillos 18
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Escúchalos aquí recitados por Tomás Galindo
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Marosa está despistada, ensimismada, ausente, y toma enormes cantidades de café negro,
espeso y amargo. Habla del amor y de la muerte como muy pocos poetas lo han hecho, muy pocos.
Los cisnes estaban serios como hombres cuando empezó a matar a su amado –porque no dijera
su amor a nadie-. Él empezó a morir y su muerte siguió a lo largo del bosque: novio de tulipán,
monstruo de almíbar, asesino de hojas dulces, amado. Ella perdió sus trenzas, abrazada a su terrible miel.
Quiso recoger su muerte en la saya, reunirla en sus brazos, abrazarla.
Voy a tener hijos de almíbar y de pétalos y no podrán besarte, oh, mi novio de miel, mi tulipán
–le dice marosa al final del poema, queriendo sacarlo de la muerte. Porque la noche pertenece a los amantes,
porque la noche pertenece al amor, le canta patti smith tal vez queriendo consolarla, aunque seguramente
sabe que la pasión de marosa es grave, es tremenda, sin descanso ni paliativos.
Recupérate de marosa antes de pasarte al balconcillo donde el bueno de pessoa habla con esa terrible
precisión que le caracteriza y que es casi dolorosa: cuándo el azul del cielo es realmente verde y qué parte
de amarillo existe en ese verde azul, se pregunta, nos pregunta, para apoyar la teoría mínima de que la sintaxis
es una facultad del alma: la emoción verdadera, la capacidad de sutilizar y la inmortalidad dependen
de la sintaxis, son funciones gramaticales.
Si habías llegado a suponer que neruda te había dado ya las combinaciones de palabras con las máximas
descargas –eléctricas, telúricas, atómicas- que un humano medio puede soportar, llega como si nada
a estos balconcillos para contarte qué pasa cuando un reloj se cae al mar, y ya con los primeros versos te dejará,
posiblemente, mirando al techo, buscando en el cielo las avutardas, perplejo y asombrado, porque no sabías
que hay una edad nupcial de los días disueltos en una triste tumba que los peces recorren. Porque no te habías dado
cuenta de que los pétalos del tiempo caen inmensamente, como vagos paraguas parecidos al cielo;
ni de que hay años en el agua depositada y verde, que palpita de corrientes centrales.
Porque no cae el viento y hay muchas dimensiones de súbito amarillas.
Mmm, te acabas de subir a uno de los balconcillos más difíciles, ni siquiera podrás ponerte de pie,
sino que tendrás que atender y observar apretando la cara contra los barrotes oxidados y fríos, acurrucado como
un sastre que cosiera su mortaja, ay, con las venas rojas llenas de dinero. Desde este balconcillo de clima helado
no verás las tiernas pruebas de la primavera; ni a las mujeres de su mujer, que se ríen de las cosas que nombran;
ni los pájaros mal vestidos que espantan la realidad. Verás sólo las perras negras, las posiciones del adiós y,
tal vez, los bidones de ciclón-b de auschwitz, con su aspecto inofensivo, sobre el barro que todavía está de luto.
Desde este balconcillo verás la casa perfecta y la cosecha del abismo, y aprenderás así que no hay lugares puros
y que el vacío tiene un fundamento de dulzura y terror. Ah, y no pierdas el tiempo llamando al 50-4765, el teléfono
de los limpiadores de estrellas: ya no queda nadie que pueda contestar. Sólo te queda la atrocidad de los crepúsculos,
la cirugía radical y los filamentos rojos que arden sin fin.
Oirás al muerto que se queja desde hace tres años porque tiene un paisaje seco en la rodilla; vendrán
las iguanas vivas a morderte; comerás la tierra húmeda, y si te duele tu dolor te dolerá sin descanso, y si cierras
los ojos te azotarán.
¿Por qué has subido a este balconcillo, gilipollas, tonto del culo, botarate? Cuando no aguantes más, grita,
grita que no puedes vivir, que no sabes vivir, que la carne se te queda cada día más pequeña y se te agrieta para arder,
grita que tienes el alma llena de ceniza extranjera hasta el mismo reverso de la lengua. Un rocío voraz, una lepra de flores
devorará tu rostro, y dentro estará el azúcar y las cruces y los espejos con olor a jacinto. Quizá habrás aprendido por fin
que lo que importa es poner huevos en el tiempo, no en la eternidad y que un puente no se sostiene de un solo lado,
jamás wrigth ni le corbusier van a construir un puente que se sostenga de un solo lado.
Desde este maldito balconcillo verás, tal vez, a gunther anders, sentado a la sombra de un nogal en algún lugar
de mount washington, nueva inglaterra, con un cuaderno en la mano. Es un tipo oscuro, un bicho raro: después de haber
pasado por la obligación moral de odiar y por la producción industrial de la muerte descubrió una pregunta,
la pregunta: ¿por qué?
¿Qué camino tomará el camaleón diluido si, después de varios días de huelga de princesas, escapa de tu alma escasa?
Afortunadamente estás herido, mírate: necesitas más vidas. Despréndete a golpes de tus pies, de tus manos, de tu casa, de todo.
Persuádete de que tienes un sentido, un destino. Cuando has subido al balconcillo eras tierno, hasta besabas al leproso,
pero ¿te habrías casado con el leproso? Mmmm… la roña te da terror, y el desorden, y la soledad de los días vacíos.
Te han adornado ridículamente para este mundo.
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