traducción de juan rodolfo wilcock

 

 

 

S’io credessi che mia risposta fosse

a persona che mai tornasse al mondo,

questa fiamma staria senza più scosse.

Ma per ciò che giammai di questo fondo

non tornò vivo alcun, s’i’odo il vero,

senza tema d’infamia ti rispondo.

 

 

Vayámonos entonces, tú a mi lado,

cuando todo el ocaso se esparce sobre el cielo

como un paciente anestesiado

tendido en un estrado;

vayamos pues, por ciertas

calles semidesiertas,

murmurantes asilos

de noches en hoteles baratos e intranquilos,

y fondas de aserrín y ostras abiertas;

por calles que se alargan como un tema aburrido,

de insidioso sentido,

para llegar a una pregunta abrumadora…

Oh, no me preguntéis: ¿Cuál es? , ahora;

vayamos a cumplir nuestra visita.

 

Las mujeres atraviesan el salón

y hablan de Miguel Ángel, el pintor.

 

La neblina amarilla que se frota los hombros sobre los ventanales,

la humareda amarilla que se frota el hocico sobre los ventanales,

ya lamió con su lengua los huecos de la tarde;

se detuvo en los charcos de algunos albañales,

recibió en sus espaldas hollín de los hogares,

resbaló a la terraza, dio un salto repentino,

y advirtiendo el encanto de octubre vespertino

se ha enroscado a la casa, y se ha dormido.

 

Y habrá tiempo, en verdad, para la niebla

amarilla que vaga por las calles

frotando sus espaldas contra los ventanales;

habrá tiempo, habrá tiempo

de preparar un rostro para afrontar los rostros que veremos;

y tiempo para el crimen, para la creación,

para todas las obras y días de las manos

que levantan y sueltan sobre nuestros pocillos su vana inquisición;

hay tiempo para mí, y hay tiempo para ti,

y hay tiempo para cien indecisiones,

y para cien visiones, y nuevas revisiones,

antes de las tostadas y del té.

 

Las mujeres atraviesan el salón

y hablan de Miguel Ángel, el pintor.

 

En verdad, habrá tiempo

para pensar: ¿Me atrevo? ; para decir: ¿Me atrevo? ,

y bajar la escalera, y alejarme de nuevo

con mi calva incipiente escondida entre el pelo…

(Y dirán: Me he fijado que está perdiendo el pelo ).

Con mi saco de sport, y mi cuello que asciende derecho hasta mi barba,

mi corbata modesta y lujosa, asegurada con un simple alfiler…

(Y dirán: Me he fijado

que está mucho más delgado ).

Y quisiera saber

si yo me atrevo a perturbar el mundo.

Porque hay tiempo en un instante para hacer y deshacer

cien proyectos revocados en el próximo segundo.

 

Porque ya las sé todas, ya me son conocidas

conozco las mañanas, las tardes, los ocasos;

con cucharas de postre yo he medido mi vida;

sé las voces que mueren en un acorde lento

debajo de la música de un lejano aposento.

¿Qué puedo entonces presumir?

 

Y también ya conozco los ojos, ya los sé…

Los ojos que os retienen en un lugar común;

y ya inmovilizado, fijo en un alfiler,

cuando estoy debatiéndome, pinchado en la pared,

¿cómo podría proceder

a eyacular los restos de mi vida y mi ser?

¿Y qué podría pretender?

 

Y conozco los brazos, todos, uno por uno…

Los brazos enjoyados, y blancos, y desnudos

(pero a la luz cubiertos de un suave pelo rubio).

¿Es el perfume de un vestido

que me ha de pronto distraído?

Brazos sobre una mesa, o envueltos en un chal.

¿Y cómo, entonces, simular?

¿Por dónde habría de empezar?

 

…………………………………………………………………….

¿Diré que algunas tardes me alejé por las calles

estrechas, y que he visto el humo de las pipas

de aquellos solitarios en mangas de camisa,

que a las ventanas se asomaban…?

 

Yo debí ser un par de garras desiguales,

arañando los pisos de silenciosos mares.

…………………………………………………………………….

 

¡Y la tarde, el crepúsculo, duerme tan dulcemente!

Por largos dedos acariciado,

cansado… adormecido… o caprichosamente

extendido en el suelo, a tu lado, a mi lado.

Después de los helados, de las masas y el té,

¡cómo obligar la crisis de este instante podré!

Y aunque yo haya llorado, rezado, y ayunado,

aunque vi mi cabeza (un poco calva) servida en una fuente,

yo no soy un profeta… y me es indiferente;

yo vi cómo el instante de mi gloria caía,

vi el eterno lacayo sosteniendo mi saco, vi que se sonreía,

y en verdad, me asusté.

 

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo,

después del té, y las tazas, y después de los dulces,

entre las porcelanas, en medio de una charla a nuestro modo,

sería en realidad tan preferible

atacar el asunto mediante una sonrisa,

juntar en una bola, de pronto, el universo

y arrojarla hacia alguna pregunta irresistible,

y decir: Yo soy Lázaro, vengo de entre los muertos,

vengo a contaros todo, os diré todo…

si alguna, acomodando su cojín

debajo de la nuca, con un gesto

me dijera: No es nada, nada de esto,

esto no es lo que quise dar a entender, en fin.

 

¿Y valdría la pena, quizás, después de todo,

nos serviría de consuelo

después de los crepúsculos, después de las entradas

y las calles mojadas

después de las novelas y las tazas de té, después de las polleras que

arrastran por el suelo…

y todo esto, y lo demás…?

Pero es tan inefable lo que quiero expresar;

como si proyectaran con la linterna mágica

los nervios dibujados sobre la blanca escena:

¿y valdría la pena,

si alguna, despojándose de su chal con un gesto,

o acomodando algún cojín,

me dijera de pronto, mirando la ventana:

No es nada, nada de esto

esto no es lo que quise dar a entender, en fin.

 

…………………………………………………………………….

 

No, yo no soy el príncipe Hamlet, ni puedo serlo;

soy un señor del séquito, alguien que sirve apenas

para expresar la acción, y abrir ciertas escenas,

o aconsejar al príncipe; un fácil instrumento,

obsequioso, sin duda, y en su oficio contento,

cauto, prudente, y muy meticuloso;

lleno de altas palabras, pero un poco embotado;

a veces, casi, desairado…

y casi, a veces, el Gracioso.

 

Envejezco… envejezco sin remisión…

Me enrollaré los bajos del pantalón.

 

¿Detrás de la cabeza debo hacerme la raya?

¿Podré comer duraznos? Usaré pantalones

de franela amarilla, pasearé por la playa.

Yo escuché las sirenas, y sus mutuas canciones.

 

No creo que quisieran cantarlas para mí.

 

Yo las vi cabalgando las olas mar afuera,

y peinando a la espuma su blanca cabellera,

cuando impulsan los vientos el agua blanca y negra.

 

En las habitaciones del mar nos detuvimos

entre ninfas orladas con algas y racimos;

pero una voz humana nos llama, y nos hundimos.

 

traducción de pablo ingberg

 

 

 

S’io credessi che mia risposta fosse

a persona che mai tornasse al mondo,

questa fiamma staria senza più scosse.

Ma per ciò che giammai di questo fondo

non tornò vivo alcun, s’i’odo il vero,

senza tema d’infamia ti rispondo.

 

 

Vayamos pues, tú y yo,

Cuando el crepúsculo se extiende contra el cielo

Como un paciente eterizado en una mesa;

Vayamos, por algunas calles semidesiertas,

Murmurantes refugios

De noches mal dormidas en hoteles de paso

Y restaurantes con serrín y restos de ostras:

Calles que continúan como una discusión aburridísima

Con el propósito insidioso

De conducirte a una pregunta abrumadora…

Ah, no preguntes, “¿Cuál es?”

Vayámonos a hacer nuestra visita.

 

 

 

En la sala las mujeres van y vienen

Mientras conversan sobre Miguel Ángel.

 

La niebla amarillenta que restriega su lomo en las ventanas,

El humo amarillento que restriega su hocico en las ventanas,

Sacó la lengua hacia las varias esquinas del crepúsculo,

Se demoró sobre los charcos estancados en torno a los desagües,

Dejó caer sobre su lomo el hollín que hacen caer las chimeneas,

Se deslizó por la terraza, dio un salto repentino,

Y al ver que era una suave nochecita de octubre,

Se enruló en torno a la casa, y se quedó dormido.

 

Y por cierto habrá tiempo

Para el humo amarillento que resbala a lo largo de la calle

Restregándose el lomo en las ventanas;

Habrá tiempo, habrá tiempo

De preparar una cara para encontrar las caras que te encuentras;

Habrá tiempo de matar y de crear,

Y tiempo para todos los días de las manos

Que levantan y vuelcan en tu plato una pregunta;

Tiempo para ti y tiempo para mí,

Y tiempo todavía para cien indecisiones

Y tiempo para cien visiones y revisiones

Antes de dedicarse a la tostada y el té.

 

En la sala las mujeres van y vienen

Mientras conversan sobre Miguel Ángel.

 

Y por cierto habrá tiempo

De preguntar, “¿Me atrevo?” y, “¿Me atrevo?”

Tiempo de volverse y bajar las escaleras,

Con un claro de calvicie en medio de mi pelo −

(Dirán: “¡Cómo le está raleando el pelo!”)

Mi saco, el cuello duro subiéndoseme firme a la barbilla,

Mi corbata cara y sobria, pero sujeta por un simple alfiler −

(Dirán: “¡Pero qué flacos sus brazos y sus piernas!”)

¿Me atrevo a perturbar el universo?

En un minuto hay tiempo

Para decisiones y revisiones que un minuto habrá de revertir.

 

 

 

Pues las he conocido ya todas, conocido todas −

He conocido los crepúsculos, mañanas, tardes,

He medido mi vida en cucharitas de café;

Yo conozco las voces que agonizan en caída agonizante

Bajo la música de un cuarto alejado.

¿Cómo pues aventurarme?

 

Y he conocido ya los ojos, conocido todos −

Los ojos que te fijan a una fórmula,

Y una vez formulado, repantigándome en un alfiler,

Una vez ya pinchado a la pared y retorciéndome,

¿Cómo empezar entonces

A escupir todas las colillas de mis días y vías?

¿Y cómo aventurarme?

 

Y he conocido ya los brazos, conocido todos −

Los brazos enjoyados y blancos y desnudos

(Pero a la luz de la lámpara, ¡con un vello castaño!)

¿Es el perfume acaso de un vestido

Lo que me impulsa así a la digresión?

Los brazos que reposan a lo largo de la mesa, o se envuelven en un chal.

¿Y habría pues de aventurarme?

¿Y cómo comenzar?

 

. . . . . . . . . . . . . 

¿Voy a decir, pasé al oscurecer por unas calles angostas

Y miré el humo que sube de las pipas

De hombres solos en mangas de camisa, asomados a ventanas?…

 

Yo debiera haber sido un par de garras deshechas

que barrenara el fondo de mares silenciosos.

. . . . . . . . . . . .

 

 

Y la tarde, el crepúsculo, ¡duerme tan plácidamente!

Alisada por unos largos dedos,

Dormida… fatigada… o finge estar enferma,

Estirada en el piso, aquí junto a nosotros.

¿Habría, tras el té y las masas y el helado,

De tener el valor de forzar el momento hasta su crisis?

Pero aunque yo he llorado y ayunado, llorado y rezado,

Aunque vi mi cabeza (ligeramente calva) traída en una bandeja,

No soy ningún profeta − y esto no es gran cosa;

He visto mi momento de grandeza parpadear como una llama,

Y he visto al eterno Lacayo sostenerme el abrigo, y reír entre dientes,

Y en suma, tuve miedo.

 

¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,

Después ya de las tazas, la mermelada, el té,

Entre la porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,

Acaso habría valido al fin la pena,

Haber cortado de un mordisco la cuestión mediante una sonrisa,

Haber aprisionado el universo hasta hacerlo una bola

Para echarlo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,

Para decir: “Soy Lázaro, venido aquí de entre los muertos,

Vuelto para contarles todo a ustedes, voy a contarles todo” −

Si alguna, acomodándose una almohada junto a la cabeza

Dijera: “Eso no es lo que quise decir en absoluto.

No es eso, en absoluto”?

 

 

 ¿Y acaso habría valido al fin la pena, sí, después de todo,

Acaso habría valido al fin la pena,

Después de los ocasos y jardines y las calles regadas,

Después de las novelas, de las tazas de té, después de las polleras que se

arrastran por el suelo −

Y esto, y tanto más?−

¡Imposible decir exactamente lo que quiero decir!

 

Pero como si arrojara una linterna mágica los nervios en gráficos contra

una pantalla:

¿Acaso habría valido al fin la pena

Si alguna, acomodándose una almohada o arrojando un chal,

Y girando en dirección a la ventana, dijera:

“No es eso en absoluto,

No es eso lo que quise decir, en absoluto.”?

 

 

. . . . . . . . . . . . . .

 

¡No! Yo no soy ningún príncipe Hamlet, y no se suponía que lo fuera;

Soy un noble del séquito, alguno que podrá

rellenar un desarrollo, iniciar una escena o tal vez dos,

Aconsejar al príncipe; sin duda, un instrumento fácil,

Deferente, contento de ser útil,

Cauto, político, y meticuloso;

Lleno de frases elevadas, pero un poco obtuso;

A veces, la verdad, casi ridículo −

Casi, a veces, el Bufón.

 

 

Envejezco… Envejezco…

Tendré que arremangar mis pantalones.

 

¿Tendré que repartir mi pelo desde atrás? ¿Me atrevo a comerme un

durazno?

Voy a ponerme pantalones blancos de franela, y caminar por la playa.

He escuchado cantar a las sirenas, entre ellas.

 

Yo no creo que vayan a cantar para mí.

 

Las he visto cabalgar mar adentro las olas

Peinando el pelo blanco de las olas soplado hacia atrás

Cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

 

Nos hemos demorado en las cámaras del mar

Junto a muchachas del mar coronadas de algas rojas y castañas

Hasta que nos despierten unas voces humanas, y nos ahoguemos.

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

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