HOY me ha mirado un perro como preguntándose por mí. Era un perro negro, grande, ya un poco viejo,

sin otra nobleza que la edad. Un perro de alguien, sin duda, un perro de otro, que repentinamente se ha

interesado por mi persona. Quizá es el perro de un amigo y eso basta para que él me considere continuación

difusa e interesante de su amo.

Qué dulce curiosidad en la mirada del perro, qué añosa gravedad, qué dignidad de persona que no tienen

las personas. Nunca otro humano nos mira así. Entre los hombres sólo nos cruzamos miradas furtivas,

o de momentánea alegría, miradas de superficie, más o menos mentidas. Miradas inquisitivas.

Al perro, en cambio, se ve que le interesa todo de mí. Me mira a los ojos largo tiempo y espera que yo le

corresponda con una mirada igualmente honesta, honrada, profunda, interesada, curiosa, digna.

Con una mirada perruna.

No hay entre las especies, y menos en la humana, un ser capaz de mirar así, con tan respetable interrogación,

con ese brillo de posible amistad que hay al fondo de sus ojos negros. Quizá piensa el perro si soy digno de él,

de su cariño o de una relación de hombre a hombre, de perro a perro. Me ha conmovido la mirada del perro,

su distante y profunda observación. Ahora comprendo que nadie me había mirado así jamás, y estoy al final

de mi vida, como él, quizá, de la suya. Del fondo vil del hombre jamás puede nacer una mirada semejante.

«Ya no se mira así», dirían los nostálgicos. Pero nunca se ha mirado así.

Hace falta mucha humanidad dentro para mirar como un perro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Francisco Umbral

Un ser de lejanías

Editorial Planeta, S. A., 2001

Barcelona España

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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