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la mano fumadora de smith
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El dueño ha ido al estanco a buscar tabaco de picadura y papel y se ha dejado aquí la mano
diestra de fumar, con el cigarrillo todavía puesto por si acaso y porque sin el tacto del pitillo
entre los dedos, la propia mano empieza a sentirse sola, desnuda, inútil y atacada.
Se trata de una mano universal, curtida y sucia, con muchos años de arrugas y con los signos
de haber tocado mucho, de haber manipulado, palpado, asido, acariciado muchas veces, muchas
cosas: un papelito, un clavo, una cerilla, una piel.
Ahí están las venas, como pequeños músculos coloreados; las uñas de hueso muerto y una intención
rígida en los dedos: la mano es también una herramienta atroz con manchas de petróleo y sangre magullada
y bordes arenosos.
Descolgada de su asunto humano, que ha ido a por tabaco y de paseo; sin los ojos, sin la camisa azul de
su persona, la mano parece mecánica y voraz, lenta en sus tinieblas, siniestra, sosteniendo la pava de fumar
entre sus patas de caballo.
Quizá busca una piedra en que sentarse para calar despacio el cigarrillo, echando el humo hacia las nubes.
Se dice que quien no sepa mandarse a sí mismo, tiene que obedecer, pero parece que la mano, una mano,
sabría buscarse la vida si la dejaran suelta: es mendiga por intuición, aprovecha las segundas oportunidades,
tiene tacto, se respeta y prefiere vivir por encima de su posición.
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Fotografía de Lee Jeffries, Time
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