100

Espaciada, una luciérnaga va sucediéndose a sí misma. En torno, oscuro, el campo es

una gran falta de ruido que huele casi bien. La paz de todo duele y pesa.

Un tedio informe me ahoga. Pocas veces voy al campo, casi ningunas paso allí un día, o de

un día para otro. Pero hoy, que este amigo, en cuya casa estoy, no me ha dejado no aceptar su

invitación, he venido aquí lleno de embarazo —como un tímido a una fiesta grande—, he llegado

aquí con alegría, me ha gustado el aire y el paisaje amplio, he comido y cenado bien, y ahora,

noche honda, en mi cuarto sin luz, el lugar vago me llena de angustia.

La ventana del cuarto donde voy a dormir da al campo abierto, a un campo indefinido, que es

todos los campos, a la gran noche vagamente constelada donde una brisa que no se oye se siente.

Sentado junto a la ventana, contemplo con los sentidos toda esta cosa ninguna de la vida universal

que está ahí fuera. La hora se armoniza en una sensación inquieta, desde la invisibilidad visible de

todo hasta la madera vagamente rugosa por haber estallado la pintura vieja del antepecho blanqueante,

donde está extendidamente apoyada de lado mi mano izquierda.

¡Cuántas veces, a pesar de todo, no ansío visualmente esta paz de la que casi huiría ahora,

si fuese fácil o decente! ¡Cuántas veces juzgo creer —allá abajo, entre las calles estrechas de casas

altas— que la paz, la prosa, lo definitivo estarían antes aquí, entre las cosas naturales, que allí donde

el tapete de la civilización hace olvidar el pino ya pintado en que se asienta! Y ahora, aquí, sintiéndome

saludable, cansado y bien, estoy intranquilo, estoy preso, estoy añorante.

No sé si es a mí a quien le sucede, si a todos los que la civilización hizo nacer por segunda vez.

Pero me parece que para mí, o para los que sienten como yo, lo artificial ha pasado a ser lo natural,

y es lo natural lo que es extraño. No digo bien: lo artificial no ha pasado a ser lo natural; lo natural

ha pasado a ser lo diferente.

Prescindo de ellos y detesto los vehículos, prescindo de ellos y detesto los productos de la ciencia

—teléfonos, telégrafos— que hacen la vida fácil, o los subproductos de la fantasía —gramófonos,

receptores hertzianos— que, a los que divierten, se la hacen divertida.

Nada de esto me interesa, nada de esto deseo. Pero amo al Tajo porque hay una ciudad grande

a su orilla. Disfruto del cielo porque lo veo desde un cuarto piso de una calle de la Baja. Nada el campo

o la naturaleza me puede dar que valga la majestad irregular de la ciudad tranquila, bajo la luna, vista

desde la Gracia o desde San Pedro de Alcántara. No hay para mí flores como, bajo el sol, el colorido

variadísimo de Lisboa.

La belleza de un cuerpo desnudo sólo la sienten las razas vestidas. El pudor vale sobre todo

para la sensualidad como el obstáculo para la energía. La artificialidad es la manera de disfrutar la

naturalidad. Lo que he disfrutado de estos campos vastos, lo he disfrutado porque no vivo aquí. No

siente la libertad quien nunca se ha visto oprimido.

La civilización es una educación de naturaleza. Lo artificial es un camino para una aproximación  

a lo natural. Lo que es preciso, sin embargo, es que nunca tomemos lo artificial por natural.

Es en la armonía entre lo natural y lo artificial en lo que consiste la naturalidad del alma humana

superior.

Espaçado, um vagalume vai sucedendo(-se) a si mesmo. Em torno, obscuro, o campo é

uma grande falta de ruído que cheira quase bem. A paz de tudo dói e pesa. Um tédio informe

afoga-me.

Poucas vezes vou ao campo, quase nenhumas ali passo um dia, ou de um dia para outro.

Mas hoje, que este amigo, em cuja casa estou, me não deixou não aceitar o seu convite, vim para

aqui cheio de constrangimento — como um tímido para uma festa grande — cheguei aqui com

alegria, gostei do ar e da paisagem ampla, almocei e jantei bem, e agora, noite funda, no meu

quarto sem luz o lugar vago enche-me de angústia.

A janela do quarto onde dormirei deita para o campo aberto, para um campo indefinido, que

é todos os campos, para a grande noite vagamente constelada onde uma aragem que se não ouve

se sente. Sentado à janela, contemplo com os sentidos, toda esta coisa nenhuma da vida universal

que está lá fora.

A hora harmoniza-se numa sensação inquieta, desde a invisibilidade visivel de tudo até à madeira

vagamente rugosa de ter estalado a tinta velha do parapeito branquejante, onde está estendidamente

apoiada de lado a minha mão esquerda.

Quantas vezes, contudo, não anseio visualmente por esta paz de onde quase fugiria agora,

se fosse fácil ou decente! Quantas vezes julgo crer — lá embaixo, entre as ruas estreitas de casas

altas — que a paz, a prosa,*b definitivo estariam antes aqui, entre as coisas naturais, que ali onde

o pano de mesa da civilização faz esquecer o pinho já pintado em que assenta!

E, agora, aqui, sentindo-me saudável, cansado a bem, estou intranqüilo, estou preso, estou

saudoso. Não sei se é a mim que acontece, se a todos os que a civilização fez nascer segunda vez.

Mas parece-me que para mim, ou para os que sentem como eu, o artificial passou a ser o natural,

e é o natural que é estranho. Não digo bem: o artificial não passou a ser o natural; o natural passou

a ser diferente.

Dispenso e detesto veículos, dispenso e detesto os produtos da ciência — telefones,

telégrafos — que tornam a vida fácil, ou os subprodutos da fantasia — gramofonógrafos,

receptores hertzianos — que, aos a quem divertem, a tornam divertida.

Nada disso me interessa, nada disso desejo. Mas amo o Tejo porque há uma cidade grande

à beira dele. Gozo o céu porque o vejo de um quarto andar de rua da Baixa. Nada o campo ou a

natureza me pode dar que valha a majestade irregular da cidade tranqüila, sob o luar, vista da Graça

ou de S. Pedro de Alcântara.

Não há para mim flores como, sob o sol, o colorido variadíssimo de Lisboa. A beleza de um

corpo nu só o sentem as raças vestidas. O pudor vale sobretudo para a sensualidade como o

obstáculo para a energia.

A artificialidade é a maneira de gozar a naturalidade. 0 que gozei destes campos vastos,

gozei-o porque aqui não vivo. Não sente a liberdade quem nunca viveu constrangido.

A civilização é uma educação de natureza. O artificial é o caminho para uma aproximação

do natural. O que é preciso, porém, é que nunca tomemos o artificial por natural.

É na harmonia entre o natural e o artificial que consiste a naturalidade da alma humana

superior.

Fernando Pessoa

Del español:

Libro del desasosiego 100

Título original: Livro do Desassossego

© por la introducción y la traducción: Ángel Crespo, 1984

© Editorial Seix Barrai, S. A., 1984 y 1997

Segunda edición

Del portugués:

Livro do Desassossego composto por Bernardo Soares

© Selección e introducción: Leyla Perrone-Moises

© Editora Brasiliense

2ª edición


 

 

 

 

 

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