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ilíada, canto IV 1-29 en castellano
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ilíada, canto IV 1-29 en griego
agustín garcía calvo
La Iliada |
VIOLACIÓN DE LOS JURAMENTOS.
AGAMENÓN REVISTA LAS TROPAS.
Canto IV
1-29
Los dioses, en esto, ante Zeus parlamentaban sentados
en estrado de oro; y allí Juventud soberana a las manos
néctar les escanciaba; conque ellos los cálices áureos
alzaban en salve entre sí, a la ciudad de Troya mirando.
Al punto el hijo de Crono a la diosa Hera en escarnios
trataba de provocarla, al sesgo pullas echando:
«Dos son, dos, las diosas que asisten a Menelao,
Hera la argiva y Atena la guardadora de asaltos;
mas ello es que ellas las dos sentadas lejos mirando
contentas se están; y al otro Afrodita risueña entre tanto
siempre al lado le para y de él espanta mal hado;
como ahora, que ya que se daba por muerto, púsolo a salvo;
fue la victoria, eso sí, para el guerreador Menelao.»
Por dónde va salir ello, nosotros vamos pensando,
si es que otra vez mala guerra y fiera grita de espanto
vamos a alzar, o poner amistad entre ambos los bandos;
que si esto a todos les place y viene a ser de su agrado,
viva en paz la ciudad de Príamo el buen soberano,
y que a Hélena belargiva se lleve a su vez Menelao.»
Tal habló, y rezongantes Atena y Hera quedaron,
que juntas sentadas, desgracia tramaban a los troyanos;
bien que Atenea callada siguió y de hablar se retrajo,
con Zeus padre suyo enojada, de fiera ira temblando;
pero Hera, no cupo en su pecho la ira, y dijo bien alto:
«Hijo del cielo el más duro, ¿qué voz has ahí arrojado?
¿Cómo?: ¿que quieres dejar sin lograr y vano el trabajo
y el mucho sudor que sudé en el afán, y cansé mis caballos,
juntando ejército en ruina de Príamo y los de su ramo?
Házlo: en verdad, no todos los dioses ahí te aprobamos.»
versión 2
Sentados en el áureo pavimento a la vera de Zeus, los dioses celebraban consejo. La venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesivamente la copa de oro y contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el Cronión intentó zaherir a Hera con mordaces palabras; y hablando fingidamente, dijo:
—Dos son las diosas que protegen a Menelao, Hera argiva y Atenea alalcomenia; pero sentadas a distancia, se contentan con mirarle; mientras que la risueña Afrodita acompaña constantemente al otro y le libra de las Moiras, y ahora le ha salvado cuando él mismo creía perecer. Pero como la victoria quedó por Menelao, caro a Ares, deliberemos sobre sus futuras consecuencias; si conviene promover nuevamente el funesto combate y la terrible pelea, o reconciliar a entrambos. Si a todos pluguiera y agradara, la ciudad del rey Príamo continuaría poblada y Menelao se llevaría la argiva Helena.
Así se expresó. Atenea y Hera, que tenían los asientos contiguos y pensaban en causar daño a los teucros, se mordieron los labios. Atenea, aunque airada contra su padre y poseída de feroz cólera, guardó silencio y nada dijo; pero a Hera no le cupo la ira en el pecho y exclamó:
—¡Crudelísimo Cronión! ¡Qué palabras proferiste! ¿Quieres que sea vano e ineficaz mi trabajo y el sudor que me costó? Mis corceles se fatigaron cuando reunía el ejército contra Príamo y sus hijos. Haz lo que dices, pero no todos los dioses te lo aprobaremos
Traducción de Luís Segala y Estalella
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