amedeo modigliani: portrait of beatrice hastings
oil on canvas
barnes foundation, merion, PA
Cuando el artista alcanza un cierto grado de maestría y se suelta, se libera,
se despreocupa de su técnica o de su estilo, comienza a pintar con una perfección
imperfecta; se permite ser más veces espontáneo, arbitrario, gratuito; da a sus
pinturas el derecho real de existir y ocupar un sitio propio en el mundo, en el universo:
el mismo derecho que tiene un árbol, un león, una gallina.
Modigliani manda no sólo dentro del lienzo, sino también sobre la realidad representada,
pintada, de Beatrice: el contorno izquierdo de su cara es una línea recta que baja por
el cuello. Para qué pintar dos ojos, dos cejas, si se busca una realidad que no está
en la mirada.
Para el retrato, hace que encajen unas pocas piezas, sin cuidado, sin delicadeza,
sin esconder ni atenuar la dura y estricta geometría a la que somete la cara, la cabeza,
el cuello, la figura. El rectángulo oscuro, casi negro, empuja ligeramente hacia atrás
la cabeza y el cuello de Beatrice, y la deja en una situación ortopédica, rígida, como si
estuviera inmovilizada con un collarín. El color oscuro y espeso del rectángulo, además,
amenaza con devorarle la cara consumiendo, absorbiendo la luz bonita de la piel.
El retrato parece resuelto con prisa, con descuido e improvisación. Pero a pesar de todo,
a pesar del escenario pintarrajeado del retrato, y del parcheado geométrico deleznable,
Modigliani lo consigue: nos hace sentir el golpe de la pasión sensual, instintiva, que
atraviesa las descuidadas apariencias y nos llega con una pureza erótica tremenda.
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