Uno cree que Rosie debería reiniciarse en sí misma y respirar, salir ya de

sus pensamientos, no seguir siendo el centro del centro.

Dicho de otro modo: no esforzarse tanto porque las cosas encajen y aprovechar

la diversión, el juego que se genera cuando, en vez de encajar, las cosas desencajan

cada vez más.

No estamos obligados a hacer siempre algo inteligente, como parece pretender Rosie:

basta con que sea correcto. A veces, un desorden cálido y ameno, controlado, pone

en la existencia una sensación de vida que, sin desorden, no se percibe.

Con demasiada frecuencia, los asuntos no son secuenciales: el bien no lleva al bien,

la injusticia puede quedar definitivamente impune, un camión que frena a destiempo

desbarata los planes de una existencia.

Y no tenemos explicaciones suficientes (ni insuficientes) para todo eso.

La práctica de un sano narcisismo es excelente: volver a llenar con los dulces algodones

de la tierna infancia todos los conceptos que uno tiene de sí mismo, las diversas identidades

dispersas, y reunirse de nuevo en un solo cuerpo concreto y abarcable, cerrado y sensible,

preparado para el placer que unifica y unifica sin medida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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