Mischa ha salido a acabarse el viento, con su top articulado como una placa solar y la falda

de quita y pon. Está hermosa, soñadora de ojos bonitos y de mirada tal vez azul.

Mischa parece puesta, dispuesta, con ganas de pisar los charcos y de hacer el telefonillo,

con tiempo de sobra para abrocharse al placer mientras juega a tirar las tres cartitas.

Como un rebaño, que es mucha cosa feliz al mismo tiempo, Mischa tal vez tiene muchos deseos

felices al mismo tiempo, mientras se sujeta con las dos manos la falda alzada hasta la raíz de los

muslos, en un alarde cocotero que hubiese complacido al mismísimo Baudelaire.

Ay, Mischa, qué sencillas pueden ser a veces las cosas que, otras veces, son casi imposibles.

Ágil de palos y ligera de movimientos, Mischa quizá quiere detener el tiempo malo de los relojes

para dejarse caer en el tiempo azul de las caricias y del arrebato, donde ya no hay días ni noches,

donde sólo hay un pasaje a la India o a cualquier otro lugar donde la piel, donde la penumbra, donde

los labios, donde el sabor y el dolor bueno de las ciencias tiernas.

 

 

 


 

 

 

 

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