La han raspado, quizá para repintarla, y le han removido la trama del cabello, quizá para repeinarla.

Así, de madera limpia, sin trabajar, de sustancia pura, de la materia clara del árbol, parece sencilla

como la muñeca de una niña pobre y nada le falta para ser perfecta.

Todavía está nueva y es la preferida: no tiene roces, ni manchas, ni rayaduras: como un satélite o

una excepción o una mañana de lluvia o una novia en la eternidad.

Es azul como una evasión entre dos silencios, entre sus dos ojos azules, entre dos cadáveres purísimos:

tal vez binaria, con el uno hacia el infinito y con el cero hacia el silencio. Con maderas de esta calidad

puede construirse (casi) cualquier cosa: unos átomos más ligeros y veloces o una vida más humana

o unas orejas más bellas y más funcionales.

A uno le gusta merodear a mujeres (como) de madera porque son la base, la matriz original: anteriores

a los planos y a las fachadas, todavía diáfanas y sin garaje: amables y buenas como la leche de vaca.

Después, enseguida, las cosas se complican y ya nada es igual.

Esta mujer (como) de madera puede llegar a ser bellísima, pero ya estará determinada por una decisión

o por una preferencia o por un destino.

‘El peor ciego es el que no quiere ni oír: sólo el estúpido pretende ser el protagonista de la vida de los

demás’ –palabras del poeta-.

 

 

 


 

 

 

 

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