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pasión indómita
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pasión indómita
natalia litvinova
Soy de los que sacan redes repletas de inmortalidad.
Arseni Tarkovski
Tarkovski forjó amistad con los escritores de su generación y también con los escritores «clásicos» de su época, ambas influencias enriquecieron su escritura. Tarkovski fue el último amor de Marina Tsvetáeva. Los poetas se conocieron cuando Marina regresó del exilio, en 1939. En esa época, la vida de Marina no era sencilla, no tenía trabajo y todos se habían apartado de ella.
Tsvetáeva y Tarkovski se llamaban, paseaban por Moscú e intercambiaban poemas. Pronto lo invitaré – por la tarde – a escuchar poemas (míos)… Por eso le pido su dirección, para que la invitación no yerre… Ruego que estas cartas no se las muestre a nadie. Soy una persona solitaria. Y le escribo a usted, no hay necesidad de terceros, dice Marina en una carta a Tarkovski.
Arseni confesó que le gustaban los amores trágicos pero Marina era demasiado intensa y “filosa” para él.
En el año 1946 conoció a la gran poeta Anna Ajmátova. Recordará ese día como uno de los más importantes de su vida, esta amistad duró hasta la muerte de Ajmátova, pérdida que no sabía si podría sobrellevar. En una reseña de la primera antología de Tarkovski, Anna Ajmátova escribió: Esta nueva voz en la poesía rusa resonará en el futuro. Sobre la poesía de Tarkovski se pensará y se escribirá mucho. Tatiana Chapliguina escribió que Ajmátova y Tarkovski coincidían en su relación con la palabra poética, para ambos era un don profético, que incluía la memoria, el destino y la historia.
El primer libro de Tarkovski se publicó en 1962, el mismo año la opera prima de su hijo Andrei fue premiada en el Festival de Venecia.
A los 55 años empezó a ser reconocido como poeta, hasta entonces se había dedicado a la traducción, de esa época se desprende una anécdota peculiar: en una oportunidad, le encargaron la traducción de la lírica amorosa de un joven poeta georgiano, llamado Iósif Dzhughashvili, quien luego sería conocido como Stalin. Pero ese trabajo no se llevó a cabo.
La poesía de Arseni Tarkovski conserva la tradición estética del Siglo de Plata pero porta un sello personal. Sus poemas reflejan la percepción del mundo de la generación posterior a la revolución, no rechazan los vínculos con el pasado ni dejan de lado el presente. En una carta a su hijo Andrei, Arseni escribió: somos muy parecidos. Ambos tendemos a lanzarnos a cualquier precipicio que nos llame, nuestra vista se estrecha tanto que no somos capaces de ver otra cosa, excepto ese pozo al que deseamos arrojarnos. Pero aclaró que siempre tuvo un resguardo: la pasión indómita por la poesía.
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cinco
poemas
*
Me harté de palabras, palabras, palabras,
nada puedo pretender del habla racional
cuando por las noches, sobre el tejado,
el follaje golpea como una viuda harapienta.
Oigo mal, el nocturno idioma de la viudez es incomprensible.
Entre nosotros hay parentesco.
Entre nosotros no hay parentesco.
Y si repito a los árboles desquiciados
que mis mangas en el rocío están hasta los codos,
nada pueden responderme excepto un gemido.
*
Bajo el corazón del pasto se expande el rocío,
un niño descalzo va por el sendero,
lleva fresas en su canasto abierto.
Lo miro desde la ventana,
como si en el canasto llevara el alba.
Si ese sendero se desplegara hacia mí,
y en mi mano se balanceara ese canasto,
no miraría la casa bajo la montaña,
no envidiaría otra tierra,
ni volvería a casa.
*
se apaga mi vista
Como la fuerza, se apaga mi vista,
dos invisibles lanzas de diamante;
el oído ensordece, colmado de un remoto tronar
y del hálito de la casa paterna.
Los nudos de los músculos firmes se debilitan
como bueyes canosos sobre el arado;
y ya no iluminan de noche
las dos alas detrás de mis hombros.
Como una vela me consumo durante la fiesta,
recojan mi cera por la mañana,
esta hoja les dictará
como llorar y de qué enorgullecerse,
como repartir el último tercio de la alegría,
morir apenas,
y a la sombra de un techo casual
en forma póstuma volver a encenderse,
como la palabra.
palomas
Siete palomas por cada día de la semana,
comen su alimento y se van,
y en lugar de esas palomas
otras vienen a nosotros.
Vivimos contando de a siete,
en la última bandada hay solo cinco,
y da pena cambiar por el cielo
nuestros viejos rincones del patio.
Aquí nuestras palomas arrullan,
caminan en círculo y sufren,
picotean el asfalto granulado
y beben lluvia en los funerales.
paul klee
Había una vez un pintor
llamado Paul Klee
en algún lugar más allá de las montañas,
sobre el prado.
Sentado, solo, en la vereda,
con lápices de colores dibujaba
cuadrados y ganchitos,
África, un niño sobre el andén,
al diablo con camisa azul,
estrellas y animales en el cielo.
No quería que sus dibujos fueran
un documento exacto de la naturaleza
donde se ordenan, obedientes,
las personas, los caballos,
las ciudades y las aguas.
Quería que las líneas y las manchas
hablaran claramente
como los grillos entre los sonidos de julio.
Y una mañana, sobre el cartón,
se asomó el ala y luego el rostro,
del ángel de la muerte.
Klee supo que había llegado la hora
de despedirse de sus amigos y de la Musa.
Klee se despidió y se murió,
y no podría ser más triste.
Si Klee hubiera sido un malvado,
el ángel de la muerte, un poco más natural.
Junto al pintor nosotros también
podríamos desaparecer y el ángel
esparciría nuestros huesos.
Pero díganme, ¿para qué?
Si el cementerio es peor que el museo,
donde a veces deambulan los vivos
y cuelgan en fila los cuadros de Klee,
celestes, amarillos, extravagantes…
© Traducción de Natalia Litvinova
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