¿por qué se esconden tanto los aspectos penosos
de cualquier existencia?
¿para qué estar más de 5 minutos con alguien?
Al parecer,
—lo que podemos afirmar por un procedimiento de experiencia acumulada, sin más—
a los pocos instantes de un deceso —en este caso, el del señor F.— nadie, casi nadie
de entre todos aquellos que lo conocieron en vida, es capaz de reproducir algún aspecto
del comportamiento que tuvo y mantuvo mientras estuvo vivo —o, por lo menos, en
movimiento o en funcionamiento— sobre la superficie del planeta.
El señor F. se ha ido, definitivamente, y muchos de sus allegados no pueden recordar
el color de sus ojos, lo que, en realidad, no es importante, desde luego, pero tampoco
carece por completo de valor cuando se investiga si el señor F. llegó a importar alguna
vez a alguien, si alguno, alguno de todos aquellos que lo rodearon en vida llegó a tomar
al señor F. en consideración, es decir, si alguno de todos aquellos que ahora dicen que
lo quisieron o que lo apreciaron —o que así parecen creerlo— se detuvieron, aunque fuera
sólo un instante, a pensar en que el señor F. era alguien o estaba vivo o no era solamente
uno más, por completo superfluo, al que había que aguantar porque estaba ahí, opaco,
repetitivo, persistente.
Es preciso formular de nuevo una pregunta que no es cómoda pero es imprescindible
para comenzar a entender: ¿fue realmente necesario, en algún momento de su larguísima
y plana existencia, que alguien estuviera más de 5 minutos con el señor F.?
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