–
Retrato del dialéctico
–
–
Hui-Tzu era sabio en muchas ciencias. Cuando viajaba, sus libros llenaban cinco carros.
Sus doctrinas eran contradictorias y tortuosas; no siempre claras las razones en que las fundaba.
Así, dio a lo infinitamente grande, que no puede contener nada más allá de sí mismo, el nombre de Gran Unidad;
a lo infinitamente pequeño, que no puede contener nada dentro de sí, el nombre de Pequeña Unidad.
Intentó probar que el cielo es más bajo que la tierra; que las montañas están debajo de las playas;
que el sol se pone al mediodía; que lo que está vivo al mismo tiempo está muerto;
que uno puede salir hoy hacia Yueh y llegar ayer…
Su defensa de estas ideas lo convirtió en blanco de la curiosidad general;
sus palabras causaban gran agitación en el bando de los retóricos, que se veían entre sí con delicia cuando asistían a sus exhibiciones.
Día tras día su sagacidad desafiaba el rápido ingenio de sus oponentes; día tras día llevaba al cabo prodigios dialécticos que asombraban
a los polemistas más notables…
Pobre en fuerza interior, vertido sobre la superficie de las cosas, ¡su método en verdad era estrecho!
Ignoró su verdadera naturaleza espiritual y sus poderes; malgastó y fatigó su talento en una cosa y luego en otra y otra,
todas ellas extrañas a sí mismo, para al final sólo ser conocido como un hábil polemista.
Dilapidó sus dones naturales, que eran muy grandes, en muchas empresas quiméricas y no obtuvo nada en cambio.
Corrió de aquí para allá, sin jamás poner término a su búsqueda.
Fue como aquel que quiso detener el eco con un grito; o como el cuerpo que quiere adelantarse a su sombra.
–
–
A pesar de Lodo, Chuang-Tzu amaba a Hui-Tzu. En otro pasaje
de su libro, al contemplar la tumba de su enemigo íntimo,
exclamó: «Era el único hombre, en todo el Imperio, con el que
podía conversar».
–
–
–
–
–
–
–
–
–
Octavio Paz
Chuang-Tzu
Ediciones Siruela
BIBLIOTECA DE ENSAYO 6
3ª edición: octubre de 2000
Madrid
–
–
–
0 comentarios