clarice lispector

la pasión según G. H.

a paixão segundo G.H.

 

Traducción del portugués de Alberto Villalba

Biblioteca Clarice Lispector

Siruela

Editora Rocco

 

[ezcol_1half] No comprendo lo que he visto. Y ni siquiera sé si he visto, ya

que mis ojos han terminado por no distinguirse de la cosa vista.

Solo con un inesperado temblor de líneas, solo gracias a una

anomalía en la continuidad ininterrumpida de mi civilización,

experimenté, por un instante, la vivificadora muerte. La muerte

selecta que me hizo palpar el prohibido tejido de la vida. Está

prohibido decir el nombre de la vida. Y yo casi lo he dicho. Apenas

he podido liberarme de su tejido, lo que sería la destrucción

de mi época dentro de mí.

Tal vez lo que me ha acontecido sea una iluminación, y, para

ser yo verdadera, tenga que continuar no estando a su altura,

tenga que continuar no entendiéndola. Toda comprehensión repentina

se parece mucho a una intensa incomprehensión.

No. Toda comprehensión intensa es finalmente la revelación

de una profunda incomprehensión. Todo momento de hallar es

un perderse a uno mismo. Tal vez me haya acontecido una comprehensión

tan total como una ignorancia, y de ella vaya a salir

intacta e inocente como antes. Cualquier entender mío nunca estará

a la altura de esa comprehensión, ya que solamente vivir es la

altura a la que puedo llegar, mi único nivel es vivir. Sé que ahora,

ahora conozco un secreto. Que ya estoy a punto de olvidar, ah,

siento que estoy a punto de olvidarlo…

Para saberlo nuevamente, necesitaría volver a morir ahora. Y saber

será tal vez el asesinato de mi alma humana. Y no quiero, no

quiero. Lo que aún podría salvarme sería una entrega a una nueva

ignorancia, eso sería posible. Pues, al mismo tiempo que lucho

por saber, mi nueva ignorancia, que es el olvido, se convierte en

sagrada. Soy la vestal de un secreto que no sé ya cuál fue. Y sirvo

al peligro olvidado. He sabido lo que no logré entender, mi boca

ha permanecido sellada, y solo me restan los fragmentos incomprensibles

de un ritual. Incluso si por vez primera siento que mi

olvido está finalmente al nivel del mundo. Ah, y ni siquiera deseo

que se me explique aquello que para serlo tendría que salir de sí

mismo. No quiero que se me explique lo que de nuevo precisaría

aprobación humana para ser interpretado.

Vida y muerte han sido mías, y yo he sido monstruosa. Mi

valor fue el de un sonámbulo que simplemente avanza. Durante

las horas

de perdición tuve el valor de no componer ni organizar.

Y sobre todo, de no prever. Hasta entonces no había tenido el

valor de dejarme guiar por lo que no conozco, y rumbo a lo que

desconozco: mis previsiones condicionaban de antemano lo

que vería. No eran las conjeturas de la visión: ya tenían el tamaño

de mis precauciones. Mis previsiones me cerraban el mundo.

Hasta que durante horas desistí. Y, Dios mío, tuve lo que no

quería. No caminé a lo largo de un valle fluvial, siempre pensé que

saber sería húmedo y fértil como los valles fluviales. No me esperaba

tan gran discordancia.

Para seguir siendo humana, ¿mi sacrificio será olvidar? Ahora

sabría reconocer en el rostro corriente de algunas personas que…

que ellas olvidaron. Y tampoco saben que olvidaron

o que olvidarán.

He visto. Sé que he visto porque nada de lo que he visto tuvo

sentido para mí. Sé que he visto, porque no entiendo. Sé que he

visto, porque para nada sirve lo que vi. Escucha, es preciso que

hable porque no sé qué hacer de lo que he vivido. Peor aún: no

quiero lo que he visto. Lo que he visto hace pedazos mi vida

cotidiana. Disculpa este regalo, realmente preferiría haber visto

algo mejor. Toma lo que he visto, líbrame de mi inútil visión, y

de mi pecado inútil.

Estoy tan asustada que solo podré aceptar que me he perdido

si imagino que alguien me tiende la mano.

Dar la mano a alguien ha sido siempre lo que esperé de la

alegría. Muchas veces, antes de dormirme –en esa pequeña lucha

por no perder la conciencia y entrar en un mundo más vasto–,

muchas veces, antes de tener el valor de embarcarme en el gran

viaje del sueño, finjo que alguien me tiende la mano y entonces

avanzo, avanzo hacia la enorme ausencia de forma que es el

sueño. E incluso cuando, así acompañada, me falta la valentía,

entonces sueño.

Sumergirse en el sueño se parece tanto al modo en que ahora

debo avanzar hacia mi libertad… Entregarme a lo que no entiendo

será como colocarme en los límites de la nada. Será como avanzar

sin avanzar apenas, y como una ciega perdida en el campo. Esa

cosa sobrenatural que es vivir. El vivir que yo había domesticado

para volverlo familiar. Esa cosa valerosa que será entregarme, y

que es como abandonar la mano en la mano sombría de Dios,

y cruzar el umbral de esa cosa sin forma que es un paraíso. ¡Un

paraíso que no quiero!

Mientras escriba y hable, voy a tener que fingir que alguien

está estrechando mi mano.

Oh, al menos al comienzo, solo al inicio. Cuando pueda liberarla,

iré sola. Por el momento, necesito aferrarme a esta mano

tuya, aunque no consiga inventar tu rostro, ni tus ojos, ni tu boca.

Pero, aunque mutilada, esta mano no me asusta. Su invención

procede de tal idea de amor, como si la mano estuviese realmente

sujeta a un cuerpo que, si no veo, es por incapacidad de amar más.

No estoy en situación de imaginar a una persona entera porque

no soy una persona entera. Y, ¿cómo imaginar un rostro si no sé

qué expresión de rostro necesito? Cuando pueda soltar tu mano

cálida, iré sola y con horror. El horror será responsabilidad mía

hasta que se complete la metamorfosis y el horror se transforme

en luz. No la luz que nace de un deseo de belleza y moralismo,

como antaño, cuando no sabía lo que me proponía; sino la luz

natural de lo que existe, y es esta luz natural lo que me aterra.

Aunque yo sepa que el horror, el horror soy yo ante las cosas.

Por el momento estoy inventando tu presencia, como un día

tampoco sabré aventurarme a morir sola, morir es el mayor riesgo,

no sabré franquear el umbral de la muerte y dar el primer

paso en la primera ausencia de mí; también en esa hora última

y tan primera inventaré tu presencia desconocida y contigo comenzaré

a morir hasta que pueda aprender sola a no existir, y

entonces te liberaré. Por el momento me aferro a ti, y tu vida desconocida

y cálida se convierte en mi única organización íntima,

yo que sin tu mano me sentiría abandonada en la inmensidad que

he descubierto. ¿En la desmesura de la verdad?

Pero la verdad jamás ha tenido sentido para mí. ¡La verdad

carece de sentido para mí! Por eso, la temía y la temo. Desamparada,

te entrego todo, para que hagas de ello algo alegre. Por hablarte,

¿te asustaré y te perderé? Pero, si no hablase, me perdería,

y por perderme te perdería.

La verdad carece de sentido, la grandeza del mundo me apoca.

Aquello que probablemente pedí y que finalmente he logrado,

ha hecho que me quede inerme como un niño que camina

solo por el mundo. Tan inerme, que solo el amor de todo el

universo por mí podría consolarme y colmarme, solo un amor

tal que la célula primera misma de las cosas vibrase con lo que

estoy denominando un amor. De lo que, en verdad, apenas llamo

pero sin saber su nombre.

Lo que he visto, ¿será el amor? Mas, ¿qué amor es ese tan

ciego como el de una célula primera? ¿Fue eso? ¿Aquel horror,

eso era amor? Amor tan neutro que, no, no quiero hablarme más,

hablar ahora sería precipitar un sentido, como quien deprisa se

inmoviliza en la seguridad paralizadora de una tercera pierna.

¿O estaría solamente rechazando el comenzar a hablar? ¿Por qué

nada digo y solo gano tiempo? Por miedo. Es preciso valor para

aventurarme en el intento de dar forma a lo que siento. Es como

si tuviese una moneda y no supiese para qué país vale.

Será preciso valor para hacer lo que voy a hacer: decir. Y arriesgarme

a la gran sorpresa que sentiré ante la pobreza de lo ya dicho.

Lo diré como pueda, y tendré que añadir: ¡no es eso, no es

eso! Pero es preciso también no tener miedo al ridículo, siempre

he preferido lo menos a lo más por miedo también al ridículo:

es que existe también la tortura del pudor. Rechazo la hora de

hablarme. ¿Por miedo?

Es porque no tengo nada que decir.

Nada tengo que decir. ¿Por qué no me callo, entonces? Pero

si no hago violencia a las palabras, el mutismo me sumergirá para

siempre en las olas. La palabra y la forma serán la tabla donde

flotaré sobre las olas inmensas de mutismo.

Y si estoy retrasando el comenzar es también porque no tengo

guía. El relato de otros viajeros me ofrece pocos detalles respecto

del viaje: todas las informaciones son terriblemente incompletas.

Siento que una primera libertad se apodera poco a poco de

mí… Pues nunca hasta hoy he temido tan poco la falta de buen

gusto: he escrito «olas inmensas de mutismo», lo que antaño no

habría dicho, porque siempre he respetado la belleza y su moderación

intrínseca. He dicho «olas inmensas de mutismo», mi

corazón se inclina humilde, y yo acepto. ¿Habré finalmente perdido

todo un código de buen gusto? Pero ¿será esto mi única

ganancia? Cuán presa he debido de vivir para sentirme ahora más

libre solamente porque no desconfío ya de la carencia de estética…

Todavía no presiento lo que saldré ganando. ¿Quién sabe?,

poco a poco me iré dando cuenta. Por el momento, el primer

placer tímido que siento es el de constatar que he perdido el miedo

a lo feo. Y esa pérdida es de una bondad tal… Es una dulzura.

Quiero saber lo que, al perder, he salido ganando. Por ahora

no sé: solamente al revivirme es como voy a vivir.

Pero ¿cómo revivirme? Si no tengo una palabra natural que

decir. ¿Tendré que fabricarme la palabra como si lo que me aconteciera

fuese crear?

Voy a crear lo que me ha acontecido. Solo porque vivir no se

puede narrar. Vivir no es vivible. Tendré que crear sobre la vida.

Y sin mentir. Crear sí, mentir no. Crear no es imaginación, es

correr el gran riesgo de acceder a la realidad. Entender es una

creación, mi único modo. Precisaré con esfuerzo traducir señales

telegráficas, traducir lo desconocido a un idioma que desconozco,

y sin entender siquiera para qué sirven las señales. Hablaré

en ese idioma sonámbulo que, si estuviese despierta, no sería

lenguaje.

Hasta crear la verdad de lo que me ha acontecido. Ah, será

más un grafismo que una escritura, pues pretendo más una reproducción

que una expresión. Cada vez necesito menos expresarme.

¿También esto he perdido? No, incluso cuando hacía esculturas

intentaba ya solamente reproducir, y solo con las manos.

¿Me extraviaré entre el mutismo de la señales? Me extraviaré,

pues sé cómo soy: nunca supe ver sin, luego, necesitar ver más.

Sé que me horrorizaré como una persona que estuviese ciega y

finalmente abriese los ojos y entreviese, pero entreviese ¿qué?

Un triángulo mudo e incomprensible. ¿Podría esa persona no

considerarse más ciega solo por estar viendo un triángulo incomprensible?

Me pregunto: si miro la oscuridad con una lupa, ¿vería algo

más que la oscuridad? La lupa no elimina la oscuridad, solo la

revela aún más. Y si observase la luz con una lupa, de golpe vería

solamente una luz más intensa. He entrevisto, pero estoy tan

ciega como antes porque vislumbré un triángulo incomprensible.

A menos que también yo me transforme en el triángulo que

reconocerá en el incomprensible triángulo mi propia fuente y

repetición.

Estoy ganando tiempo. Sé que todo lo que estoy diciendo es

solo para ganar tiempo, para retrasar el momento en que tendré

que comenzar a decir, sabiendo que nada más me queda por decir.

Estoy aplazando mi silencio. ¿He retrasado toda la vida el

silencio? Pero ahora, por desprecio a la palabra, tal vez pueda por

fin comenzar a hablar.

Las señales telegráficas. El mundo erizado de antenas, y yo

captando la señal. Solo podré hacer la transcripción fonética.

Hace tres mil años me extravié, y lo que ha quedado son fragmentos

fonéticos de mí. Estoy más ciega que antes. He visto,

es verdad. He visto, y me ha asustado la verdad desnuda de un

mundo cuyo mayor horror es que está tan vivo que, para admitir

que estoy tan viva como él –y mi peor descubrimiento es que

estoy tan viva como él–, tendré que elevar mi conciencia de vida

exterior hasta el punto de atentar contra mi propia vida.

Para mi sólida moralidad de antaño –mi moralidad era el deseo

de entender y, como no entendía, arreglaba las cosas; solo

de ayer acá he descubierto que siempre he sido profundamente

moral: solo admitía la finalidad–, para mi sólida moralidad de

antaño, el haber descubierto que estoy tan crudamente viva como

esa cruda luz que ayer aprendí a conocer, para aquella moralidad

mía, la gloria terrible de estar viva es el horror. Antes vivía yo en

un mundo humanizado, pero lo puramente vivo, ¿ha destruido

la moralidad que yo tenía?

Es que un mundo totalmente vivo tiene la fuerza de un infierno.

[/ezcol_1half] [ezcol_1half_end] Não compreendo o que vi. E nem mesmo sei se vi, já que meus olhos

terminaram não se diferenciando da coisa vista. Só por um inesperado tremor de

linhas, só por uma anomalia na continuidade ininterrupta de minha civilização, é

que por um átimo experimentei a vivificadora morte. A fina morte que me fez

manusear o proibido tecido da vida.

É proibido dizer o nome da vida. E eu quase o disse. Quase não me pude

desembaraçar de seu tecido, o que seria a destruição dentro de mim de minha

época.

Talvez o que me tenha acontecido seja uma compreensão – e que, para eu

ser verdadeira, tenho que continuar a não estar à altura dela, tenho que continuar

a não entendê-la. Toda compreensão súbita se parece muito com uma aguda

incompreensão.

Não. Toda compreensão súbita é finalmente a revelação de uma aguda

incompreensão. Todo momento de achar é um perder-se a si próprio. Talvez me

tenha acontecido uma compreensão tão total quanto uma ignorância, e dela eu

venha a sair intocada e inocente como antes. Qualquer entender meu nunca estará

à altura dessa compreensão, pois viver é somente a altura a que posso chegar – meu

único nível é viver, Só que agora, agora sei de um segredo. Que já estou

esquecendo, ah sinto que já estou esquecendo…

Para sabê-lo de novo, precisaria agora re-morrer. E saber será talvez o

assassinato de minha alma humana. E não quero, não quero. O que ainda poderia

me salvar seria uma entrega à nova ignorância, isso seria possível. Pois ao mesmo

tempo que luto por saber, a minha nova ignorância, que é o esquecimento,

tornou-se sagrada. Sou a vestal de um segredo que não sei mais qual foi. E sirvo

ao perigo esquecido. Soube o que não pude entender, minha boca ficou selada, e

só me restaram os fragmentos incompreensíveis de um ritual. Embora pela

primeira vez eu sinta que meu esquecimento esteja enfim ao nível do mundo. Ah,

e nem ao menos quero que me seja explicado aquilo que para ser explicado teria

que sair de si mesmo. Não quero que me seja explicado o que de novo precisaria

da validação humana para ser interpretado.

Vida e morte foram minhas, e eu fui monstruosa. Minha coragem foi a de

um sonâmbulo que simplesmente vai. Durante as horas de perdição tive a coragem

de não compor nem organizar. E, sobretudo a de não prever. Até então eu não

tivera a coragem de me deixar guiar pelo que não conheço e em direção ao que

não conheço: minhas previsões condicionavam de antemão o que eu veria. Não

eram as antevisões da visão: já tinham o tamanho de meus cuidados. Minhas

previsões me fechavam o mundo.

Até que por horas desisti. E, por Deus, tive o que eu não gostaria. Não foi

ao longo de um vale fluvial que andei eu sempre pensara que encontrar seria fértil

e úmido como vales fluviais. Não contava que fosse esse grande desencontro.

Para que eu continue humana meu sacrifício será o de esquecer? Agora

saberei reconhecer na face comum de algumas pessoas que elas esqueceram. E

nem sabem mais que esqueceram o que esqueceram.

Eu vi. Sei que vi porque não dei ao que vi o meu sentido. Sei que vi –

porque não entendo. Sei que vi – porque para nada serve o que vi. Escuta, vou ter

que falar porque não sei o que fazer de ter vivido. Pior ainda: não quero o que vi.

O que vi arrebenta a minha vida diária. Desculpa eu te dar isto, eu bem queria ter

visto coisa melhor. Toma o que vi, livra-me de minha inútil visão, e de meu

pecado inútil.

Estou tão assustada que só poderei aceitar que me perdi se imaginar que

alguém me está dando a mão.

Dar a mão a alguém sempre foi o que esperei da alegria. Muitas vezes antes

de adormecer – nessa pequena luta por não perder a consciência e entrar no

mundo maior – muitas vezes, antes de ter a coragem de ir para a grandeza do

sono, finjo que alguém está me dando a mão e então vou, vou para a enorme

ausência de forma que é o sono. E quando mesmo assim não tenho coragem,

então eu sonho.

Ir para o sono se parece tanto com o modo como agora tenho de ir para a

minha liberdade. Entregar-me ao que não entendo será pôr-me à beira do nada.

Será ir apenas indo, e como uma cega perdida num campo. Essa coisa sobre

natural que é viver. O viver que eu havia domesticado para torná-lo familiar. Essa

coisa corajosa que será entregar-me, e que é como dar a mão à mão malassombrada

do Deus, e entrar por essa coisa sem forma que é um paraíso. Um

paraíso que não quero!

Enquanto escrever e falar vou ter que fingir que alguém está segurando a

minha mão.

Oh pelo menos no começo, só no começo. Logo que puder dispensá-la, irei

sozinha. Por enquanto preciso segurar esta tua mão – mesmo que não consiga

inventar teu rosto e teus olhos e tua boca. Mas embora decepada, esta mão não me

assusta. A invenção dela vem de tal idéia de amor como se a mão estivesse

realmente ligada a um corpo que, se não vejo, é por incapacidade de amar mais.

Não estou à altura de imaginar uma pessoa inteira porque não sou uma pessoa

inteira. E como imaginar um rosto se não sei de que expressão de rosto preciso?

Logo que puder dispensar tua mão quente, irei sozinha e com horror. O horror

será a minha responsabilidade até que se complete a metamorfose e que o horror

se transforme em claridade. Não a claridade que nasce de um desejo de beleza e

moralismo, como antes mesmo sem saber eu me propunha; mas a claridade

natural do que existe, e é essa claridade natural o que me aterroriza.

Embora eu saiba que o horror – o horror sou eu diante das coisas.

Por enquanto estou inventando a tua presença, como um dia também não

saberei me arriscar a morrer sozinha, morrer é do maior risco, não saberei passar

para a morte e pôr o primeiro pé na primeira ausência de mim – também nessa

hora última e tão primeira inventarei a tua presença desconhecida e contigo

começarei a morrer até poder aprender sozinha a não existir, e então eu te

libertarei. Por enquanto eu te prendo, e tua vida desconhecida e quente está sendo

a minha única íntima organização, eu que sem a tua mão me sentiria agora solta

no tamanho enorme que descobri. No tamanho da verdade?

Mas é que a verdade nunca me fez sentido. A verdade não me faz sentido!

É por isso que eu a temia e a temo. Desamparada, eu te entrego tudo – para que

faças disso uma coisa alegre. Por te falar eu te assustarei e te perderei? mas se eu

não falar eu me perderei, e por me perder eu te perderia.

A verdade não faz sentido, a grandeza do mundo me encolhe. Aquilo que

provavelmente pedi e finalmente tive, veio, no entanto me deixar carente como

uma criança que anda sozinha pela terra. Tão carente que só o amor de todo o

universo por mim poderia me consolar e me cumular, só um tal amor que a

própria célula-ovo das coisas vibrasse com o que estou chamando de um amor.

Daquilo a que na verdade apenas chamo mas sem saber-lhe o nome.

Terá sido o amor o que vi? Mas que amor é esse tão cego como o de uma

célula-ovo? foi isso? aquele horror, isso era amor? amor tão neutro que – não, não

quero ainda me falar, falar agora seria precipitar um sentido como quem depressa

se imobiliza na segurança paralisadora de uma terceira perna. Ou estarei apenas

adiando o começar a falar? por que não digo nada e apenas ganho tempo? Por

medo. É preciso coragem para me aventurar numa tentativa de concretização do

que sinto. É como se eu tivesse uma moeda e não soubesse em que país ela vale.

Será preciso coragem para fazer o que vou fazer: dizer. E me arriscar à

enorme surpresa que sentirei com a pobreza da coisa dita. Mal a direi, e terei que

acrescentar: não é isso, não é isso! Mas é preciso também não ter medo do

ridículo, eu sempre preferi o menos ao mais por medo também do ridículo: é que

há também o dilaceramento do pudor. Adio a hora de me falar. Por medo?

E porque não tenho uma palavra a dizer.

Não tenho uma palavra a dizer. Por que não me calo, então? Mas se eu não

forçar a palavra a mudez me engolfará para sempre em ondas. A palavra e a forma

serão a tábua onde boiarei sobre vagalhões de mudez.

E se estou adiando começar é também porque não tenho guia. O relato de

outros viajantes poucos fatos me oferecem a respeito da viagem: todas as

informações são terrivelmente incompletas.

Sinto que uma primeira liberdade está pouco a pouco me tomando… Pois

nunca até hoje temi tão pouco a falta de bom-gosto: escrevi “vagalhões de mudez”,

o que antes eu não diria porque sempre respeitei a beleza e a sua moderação

intrínseca. Disse “vagalhões de mudez”, meu coração se inclina humilde, e eu

aceito. Terei enfim perdido todo um sistema de bom Mas será este o meu ganho

único? Quanto eu devia ter vivido presa para sentir-me agora mais livre somente

por não recear mais a falta de estética… Ainda não pressinto o que mais terei

ganho. Aos poucos, quem sabe, irei percebendo. Por enquanto o primeiro prazer

tímido que estou tendo é o de constatar que perdi o medo do feio. E essa perda é

de uma tal bondade. É uma doçura.

Quero saber o que mais, ao perder, eu ganhei. Por enquanto não sei: só ao

me reviver é que vou viver.

Mas como me reviver? Se não tenho uma palavra natural a dizer. Terei que

fazer a palavra como se fosse criar o que me aconteceu?

Vou criar o que me aconteceu. Só porque viver não é relatável. Viver não é

vivível. Terei que criar sobre a vida. E sem mentir. Criar sim, mentir não. Criar

não é imaginação, é correr o grande risco de se ter a realidade. Entender é uma

criação, meu único modo. Precisarei com esforço traduzir sinais de telégrafo –

traduzir o desconhecido para uma língua que desconheço, e sem sequer entender

para que valem os sinais. Falarei nessa linguagem sonâmbula que se eu estivesse

acordada não seria linguagem.

Até criar a verdade do que me aconteceu. Ah, será mais um grafismo que

uma escrita, pois tento mais uma reprodução do que uma expressão. Cada vez

preciso menos me exprimir. Também isto perdi? Não, mesmo quando eu fazia

esculturas eu já tentava apenas reproduzir, e apenas com as mãos.

Ficarei perdida entre a mudez dos sinais? Ficarei, pois sei como sou: nunca

soube ver sem logo precisar mais do que ver. Sei que me horrorizarei como uma

pessoa que fosse cega e enfim abrisse os olhos e enxergasse – mas enxergasse o

quê? um triângulo mudo e incompreensível. Poderia essa pessoa não se considerar

mais cega só por estar vendo um triângulo incompreensível?

Eu me pergunto: se eu olhar a escuridão com uma lente, verei mais que a

escuridão? a lente não devassa a escuridão, apenas a revela ainda mais. E se eu

olhar a claridade com uma lente, com um choque verei apenas a claridade maior.

Enxerguei, mas estou tão cega quanto antes porque enxerguei um triângulo

incompreensível. A menos que eu também me transforme no triângulo que

reconhecerá no incompreensível triângulo a minha própria fonte e repetição.

Estou adiando. Sei que tudo o que estou falando é só para adiar – adiar o

momento em que terei que começar a dizer, sabendo que nada mais me resta a

dizer. Estou adiando o meu silêncio. A vida toda adiei o silêncio? mas agora, por

desprezo pela palavra, talvez enfim eu possa começar a falar.

Os sinais de telégrafo. O mundo eriçado de antenas, e eu captando o sinal.

Só poderei fazer a transcrição fonética. Há três mil anos desvairei-me, e o que

restaram foram fragmentos fonéticos de mim. Estou mais cega do que antes. Vi,

sim. Vi, e me assustei com a verdade bruta de um mundo cujo maior horror é que

ele é tão vivo que, para admitir que estou tão viva quanto ele – e minha pior

descoberta é que estou tão viva quanto ele – terei que alçar minha consciência de

vida exterior a um ponto de crime contra a minha vida pessoal.

Para a minha anterior moralidade profunda – minha moralidade era o

desejo de entender e, como eu não entendia, eu arrumava as coisas, foi só ontem e

agora que descobri que sempre fora profundamente moral: eu só admitia a

finalidade – para a minha profunda moralidade anterior, eu ter descoberto que

estou tão cruamente viva quanto essa crua luz que ontem aprendi, para aquela

minha moralidade, a glória dura de estar viva é o horror. Eu antes vivia de um

mundo humanizado, mas o puramente vivo derrubou a moralidade que eu tinha?

É que um mundo todo vivo tem a força de um Inferno.

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