Decir pestes de él tiene, sin duda,

un sólido prestigio literario

-tacharlo de asesino, por ejemplo,

o compararlo con

uno de esos ciclones con nombre de corista

que pasan y que dejan en los telediarios

un paisaje de grandes palmeras derrocadas

y uralitas errantes,

o simplemente lamentarlo a base

de tardes y de otoños en pálidos jardines-,

pero ahora, con la mano en el poema,

os lo confieso: he sido siempre yo

el que salió ganando de todos nuestros tratos.

A cambio de esta luz sabia y serena

con la que la experiencia ilumina las cosas

a mí se me ha llevado

sólo la juventud, ese divino

tesoro que no sirve para nada

-ya lo dijo Mark Twain- puesto en las manos

insensatas de un joven.

 

 

 

 

miguel d'ors

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miguel d’Ors

con el paso del tiempo


 

 

 

 

 

 

 

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