diario de un intemperie

 

 

 

 

 

lunes 1 de mayo

 

 

 

Necesito que mis corderos sigan balando cada noche, en medio del sueño, recordándome la culpa,

el miedo, las pérdidas. La pobre Clarice era demasiado joven e ingenua para comprender al viejo Hannibal,

un sádico que sabía que el auténtico terror es precisamente el silencio de los corderos.

 

Claro que es incómodo que los tiernos corderos balen sin descanso, indefensos, cuando se los llevan al matadero,

pero de esta manera tengo una buena referencia, conocida y concreta, de mis penas y mis deudas, que gritan cada

noche en mi conciencia, a veces durante toda la larguísima noche, sin descanso.

 

Entonces me levanto de la cama, jurando en arameo, y miro la calle mal iluminada, y puedo ver, cada noche,

cada noche, que en toda la calle no hay ni una sola luz encendida. Tal vez algún vecino aguante a oscuras el balido

de los corderos, pero más bien creo que todos duermen y duermen porque ninguno escucha ya el balido de sus corderos,

si es que alguno de ellos lo escuchó alguna vez en su puta vida.

 

El verdadero terror es el silencio de los corderos, que nadie los oiga balar sin descanso cuando se los llevan al matadero,

cada noche. El horror vasto y sin nombre es que los vecinos puedan dormir toda la noche, todas las noches, sin despertarse,

porque ninguno oye ni escucha el incesante e insoportable balido de los corderos, cuando se los llevan para matarlos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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