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Gisele no olvida nunca que ella no necesita a nadie que no la necesite a ella: te odiaré más,
pero nunca te querré menos. Mientras, entre tanto, la vemos con el gesto de la victoria puesto,
como sosteniendo un cigarrillo o avisando al camarero.
Gisele no es una mujer delicada –ni falta que le hace- sino más bien directa, abrupta,
dos veces suya.
A Gisele siempre se la ve de pronto y cuando ya es demasiado tarde: cuando ya está viniendo
hacia uno o como viniendo hacia uno, como echándosele encima.
Desmesurada y eficaz, sin puertas, arremolina todo a su paso, como el pelotón del Tour. Las vacas
se vuelven a mirarla, los pájaros se vuelven a mirarla, los árboles se vuelven a mirarla.
El cielo soso, el horizonte abierto y ella en medio, como una tormenta marchosa, como una paella
para seis, como un bosque de hayas en otoño, mucho más, excesiva como un beso a dos manos,
geográfica, apocalíptica, final.
La vemos orgullosa, satisfecha de sí misma: como está siempre o casi siempre. Así da gusto.
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