Edita está entre el blanco de las sábanas y el rojo de la sangre, aunque se trata de un rojo

drapeado de blanco, lo que le quita truculencia al asunto.

A veces, para ver la realidad basta con romper la pantalla del televisor, otras veces es necesario

romperse la pantalla de la cara.

Jean Cocteau decía: ‘aquello que los otros más critiquen de ti, cultívalo, porque eso eres tú’

-y ya sabemos que Cocteau no exageraba sólo por hacer una buena frase.

Apoyada con la espalda en la sangre de la pared y mirando hacia abajo, quizá esté en un momentáneo

eclipse de sí misma, oscurecida entre dos deseos.

Está fresca de piernas, como pastoreando sus pies, que están disfrazados de oveja, o tal vez busque

entre las sábanas, equivocadamente, las entradas del amor, en vez de buscarlas en su alma o cerca

de su alma, tan sólo porque confunde lo que sintió con el lugar donde lo sintió.

Esperándose en la puerta de sí misma, con impaciencia, bajo los arcos de la sangre, Edita cree que

se oirá llegar, que se reconocerá como si fuera otra, que se hará pasar adentro y cerrará con llave

para no quedarse nunca más sin ella misma. Edita, hermosísima y todavía inexperta mujer.

 

 

 


 

 

 

 

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