egon schiele: muchacha sentada con una cola de caballo
Egon Schiele (1890-1918)
Sitzendes Mädchen mit Pferdeschwanz –
Muchacha sentada con una cola de caballo – 1910.
Bleistift, aquarell, gouache auf papier 56.5 X 37.5 cm
Colección privada, Londres
La muchacha está seria y tiene algunas asimetrías, mira de frente con dos ojos grandes y oscuros, más bien separados. Su piel es casi del mismo color que el fondo, sólo un poco más oscura, menos clara: si no fuese por los negros del pelo moreno y de las medias cortas, podría pasar desapercibida de la misma forma mimética que utiliza un camaleón para comer o para que no se lo coman.
La nariz es una naricita que, además, es corta y está torcida; la boca es una boquita mona, pintada de sangre fresca. Sólo se ha puesto colorete en una mejilla y se le ha ido la mano. Con todo, quizá lo más duro de comprender o de aceptar es por qué tiene esos antebrazos de estibador, más gruesos que los brazos, y, sobre todo, por qué tiene esas garras de rapiña, de distinto tamaño, ennegrecidas como si se dedicara a escarbar en el estiércol.
Tal vez su cara no está hecha para sonreír, sino para ver o para mirar; hay rostros que son universales, multifuncionales, elásticos, y hay otros que están especializados en una sola función facial, que puede ser más o menos preponderante, más o menos compartida: el movimiento de los labios al hablar; la frecuencia y la velocidad del parpadeo; la mirada propiamente dicha, que tiene muchas subfunciones o, tristemente, los ojos para llorar.
Con todo lo visto, la muchacha sentada con una cola de caballo tal vez tendría que respirar hondo y reiniciarse: volver a llenar con los más dulces algodones de azúcar de la más tierna infancia la imagen de sí misma y las diversas identidades dispersas: reunirse de nuevo en un solo cuerpo concreto, cerrado y sensible, preparado para el placer que unifica y unifica sin medida.
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