egon schiele: totes mädchen: dead girl: muchacha muerta
La arena o la tierra fina la están sepultando a intervalos secos y calientes,
a pausas entre su ser y su nada: a su ser le encantaba tomar el sol en la playa,
pero su nada prefiere agilizar el trámite y dejarse engullir por esa arena general,
sin dimensiones, donde se disolverá la carne fría de la muchacha muerta.
Tiene todavía las manos afuera, largas y levantadas, fervorosas y despintadas
de uñas, y todavía se va ajustando los dedos uno a uno, yema a yema, dejando
en cada mano las huellas dactilares de la otra.
Con su ser detenido está hermosa como una piedra, finita e ilimitada, difunta:
apenas una línea la mantiene todavía a este lado, la contiene -con intervalos-
en la materia de carne y de piel, con un interior de huesos blancos y con un
exterior abigarrado de verde liquen y de rojo pezón.
Las causas dulces de su persona se desprenden como el perfume, que es la
muerte de las flores; se van soltando de su cosa humana, de su tribu social,
de su cuerpo goloso de colores histéricos, y sólo va quedando la oscura línea
del alma que el viento oscuro de la noche disolverá y la nada irá devorando
el ser, enterrando en la arena las nalgas y el cuello, la cabeza y los muslos,
irá comiéndose las hermosas moléculas del rostro y las puntiagudas crestas
ilíacas y los delicados átomos del pubis para terminar derribando las manos
que ahora están de pie como árboles devotos, como ajustándose los guantes
largos.
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