El movimiento y el color son las grandes señales, los signos de la vida: según eso, Natasha

está vivísima de velocidad y de intensos colores en el pelo y en la cara, sobre todo amarillo y fucsia.

Está hermosa de esfuerzo y de posición, con ese ritmo ajustado, de baile, que tienen algunos

deportes, algunos rituales.

Con las trenzas como riendas sueltas y la cara de mimo, dispar de brazos altos, Natasha va

buscando, tal vez, la línea, la pista, las referencias pintadas en el suelo.

Las tribus tienen sus rituales de lluvia y de caza y de cosecha y de muerte, y Natasha tal vez está

con que llueva a mares en Torrejón, o con la cosecha de melones y tomates.

Se dice que el escándalo, en nuestros días, no se relaciona con la impostura moral, sino con la

ruptura o la desaparición del juicio de realidad, que es lo que está haciendo Natasha: ventilarse en

vivo y en directo el juicio, el principio de realidad, de modo que acaba siendo muy difícil averiguar

si esta hermosa mujer está sembrando cebada o haciendo meditación, por aportar dos posibilidades

que no son extremas.

 

 

 

 


 

 

 

 

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