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«¿Hablas conmigo? ¿Hablas conmigo? ¿Hablas conmigo? Entonces, ¿a quién demonios
le estás hablando? ¿Hablas conmigo? Yo soy el único aquí ¿Con quién coño crees que estás
hablando?»
Marloes podría ser la taxista de Taxi driver, parece que tiene agallas para serlo, claro que,
después, le tocaría conducir a las tres de la mañana por las inhumanas avenidas que nos enseñan
la enorme cantidad de cosa fea que los humanos podemos producir en cualquier rinconcillo
del planeta.
Marloes está elegante de vestido verde té y poderosa con tanto símbolo de oro a borbotones,
sin síntomas directos de fiebre y enseñando los dientes de morder.
Se levanta desde sí misma y se ensancha con la jarra de los brazos, se vuelve y revuelve y viaja
hacia afuera, estirando las dulces vértebras y arengando a las tropas.
Marloes espera siempre la hora de regar las calles: ama el asfalto mojado en el que se reflejan
los neones; ama los charcos, por los que pasa acelerando para salpicar las aceras ya desiertas,
las fachadas bonitas, los portales sucios de noche y humo.
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