parpadeos

eloy tizón

 

anagrama 2006

 

pájaro llanto

 

 

Hoy, por primera vez en mi vida, he oído llorar a un pájaro. Yo estaba
solo junto a la ventana. Escribiendo. Y el pájaro ha llorado. Lo juro.
No ha sido un llanto desgarrador, nada que pueda calificarse de
excepcional. Al contrario. Ha sido un llanto más bien modesto,
minúsculo, incluso un poco ridículo. Pero el llanto del gorrión estaba
ahí. Existía. Era imposible negarlo. Seguir como hasta entonces no se
podía. Qué más hubiese querido yo que seguir como si nada con mis
ocupaciones diarias. Pero eso no puede ser. Un pájaro que, de repente,
se pone a derramar lágrimas de pena en mi cornisa, mientras estoy
escribiendo en mi diario, eso debe de significar algo grave, yo qué sé,
algo profundo, existencial, perturbador, una especie de advertencia o de
mensaje en clave. Como una señal del cielo. Como si llegase el fin del
mundo o algo por el estilo. Las trompetas del Apocalipsis. Eso he
pensado yo allí. Que el mundo iba a acabarse de un momento a otro. Que
un mundo en el que los animales sufren semejante congoja no puede durar
mucho tiempo. Es imposible que dure. Un mundo así de triste tiene los
días contados. Como mínimo, es un lugar inseguro y siniestro. Bastante
poco apacible. Sin garantías. Ten cuidado, me dije, a partir de ahora va
a ser difícil vivir bajo este cielo desesperado que expulsa tan
cruelmente a los gorriones, y los condena a exiliarse lejos de las
alturas. Tan desesperado estaba aquel cielo lúgubre de la mañana, lleno
de antenas y nubes, que los pájaros que se morían de tristeza se veían
obligados a bajar volando a la tierra y aterrizar en sus cornisas sólo
para llorar a gusto, de puro miedo. Eso no podía ser normal bajo ningún
punto de vista, ni sano, ni constructivo, ni humano. Estaba mal. Era
anómalo. Debía de ser síntoma de algo. Seguro que sí. De una terrible
neurosis. De una transformación planetaria.

 

Me asomé a la ventana. La misma calle de siempre. Gente. Coches.
Sonidos. Un desfiladero de casas. Edificios con andamios o sin ellos.
Desde aquí veo la sombra elástica de una acacia, pero no veo la acacia.
En la acera de enfrente, el omnipresente mendigo, sucio, marcado por la
desgracia, como envuelto en polvo de yeso, yendo a lo suyo. Viajando de
un semáforo al de enfrente, y viceversa. A veces se pone a dirigir el
tráfico en silencio, otras veces vocifera durante horas y entonces es peor.

 

Son las nueve y diez. Siempre son las nueve y diez. Hoy no he podido
dormir por culpa de los vecinos de arriba, a los que siempre están
cayéndoseles cosas al suelo. Vasos. Tazas. Carpetas. No importa. Mañana
temprano saldré de viaje, me marcharé de aquí y podré descansar, con el
corazón lavado de mendigos, vecinos alborotadores y pájaros plañideros.

 

Escribo este diario en un cuaderno de tapa dura que tiene en la cubierta
el dibujo de dos pájaros volando. ¿Adonde van? Son hermosos. Las plumas
son de oro y el fondo, un cielo de color azul. Dos aves migratorias,
supongo, en peregrinación hacia las playas del sur. Les espera un largo
viaje. A nuestra manera, todos somos pájaros huidos del frío que a veces
encontramos, por casualidad, cornisas para nuestro llanto.

 

Como yo en este cuaderno.

 

Este dolor pasará. Todo pasa. Este dolor también. Puedes estar seguro de
ello. Pasará. Se irá. No existirá siempre. Habrá un día en que este
dolor no exista. Una mañana me despertaré, y el dolor se habrá marchado
solo. Igual que vino, se irá. Yo no sentiré más este dolor que ahora me
quema en el pecho. Todo fluye. Todo cambia. Todo es pasajero. Mi dolor
es pasajero. Se irá para no volver. Un día acabará. Un día. No será más
que un punto insignificante, otro más, una mota de polvo galáctico
perdida en el fluir de los astros y el rodar de las estrellas. Nada es
eterno. Este dolor tampoco. Si es humano, no puede serlo. Nada humano lo
es. Nada humano es eterno, ni el dolor ni la felicidad. Este dolor
pasará. No puede no pasar. Es imposible. Un día.

 

No moriré por esto, lo sé; apretaré los dientes y seguiré adelante con
mi vida espartana, y después de unos cuantos meses de soledad seré como
todo el mundo; seré tan feliz y desgraciado como el resto de la gente en
los álbumes de fotos, ni más ni menos, y seré único y no me diferenciaré
en nada de los demás. Seré una foto.

 

Yo no soy más que un cero a la izquierda, lo reconozco, pero un cero a
la izquierda que de todas formas sabe que un pájaro que llora es algo
que llama la atención, que no se ve todos los días, que a poco que uno
piense se convierte en un escándalo del universo. Un escándalo de
pequeñas proporciones, de acuerdo, una tragedia banal si se prefiere,
también lo admito, no vamos a discutir por eso, pero en todo caso es un
misterio digno de ser tenido en cuenta y analizado. Por eso lo anoto hoy
aquí, en mi día rio de tapas azules y doradas, por si sirve para algo.
Futuros historiadores, con más luces que yo e instrumentos más precisos,
podrán hallar la respuesta. Un pájaro que llora puede ser un prodigio
único en la evolución de las especies o puede, también, ser el primer
síntoma de que algo va mal y lleva camino de convertirse en una larga
serie de disparates. ¿Un pájaro simbólico? La duda se mantiene. Algo va
a suceder, lo presiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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