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Emma en sombra está entre las sombras de sus sombras, que parece un bonito pero no lo es.
Las sombras son fascinantes, unas más que otras, claro, y salvando todas las distancias,
nos fascinan como los espejos o el fuego o los movimientos y la muerte de los seres humanos,
tal vez como los astros.
‘Camina exactamente como un hombre, entre las fieras, y se para en las puertas elásticas del sueño’
–dijo el poeta de la muerte-.
Emma ha fabricado un ramo de sombras con seis cabezas, con seis carnes tristes, con seis lacónicos
sucesos, con seis simples tumultos, con seis déspotas aplausos.
Como la luna, Emma tiene múltiples brazos pálidos, de un blanco sin sangre, y un rostro que busca
amores o venganza, pero no enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño: ‘niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado’.
Emma está pálida en su edad flaca y mensual, absorta entre los vientos altos, tal vez obstinada de ojos
negros y vestida de luto por un amante que ha muerto y por otro que morirá, ay.
Hermosa y fría y velocísima en lo alto de la noche, va buscando un amor o una presa, que están las
sábanas nuevas y extrañas, extrañas.
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