Título original: Odes de Ricardo Reis

Fernando Pessoa, 1924

Traducción: Ángel Campos Pámpano

 

 

 

 

fernando pessoa

 

 

sobre ricardo reis

 

 

 

 

los heterónimos

 

 

 

 

Tuve siempre, desde niño, la necesidad de aumentar el mundo con personalidades ficticias, sueños

míos rigurosamente construidos, vistos con claridad fotográfica, comprendidos dentro de sus almas.

Tendría no más de cinco años y, niño aislado como estaba y sin querer dejar de estarlo, ya me

acompañaban algunas de las figuras de mis sueños —un tal capitán Thiebaut, un tal Chevalier de Pas— y

otros que he olvidado, y cuyo olvido, como el imperfecto recuerdo de aquéllos, es una de las grandes

saudades de mi vida.

 

(…) Esta tendencia no pasó con la infancia, sino que se desarrolló en la adolescencia, arraigó en la

mocedad, y se ha convertido finalmente en la forma natural de mi espíritu. Hoy ya no tengo personalidad:

cuanto en mí pueda haber de humano lo he repartido entre los diversos autores de cuya obra he sido

ejecutor. Hoy soy el punto de reunión de una pequeña humanidad sólo mía.

(…)

 

 

Hoy soy el punto de reunión de una pequeña humanidad

sólo mía

 

 

Allá por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), me vino la idea de escribir unos poemas de

índole pagana. Esbocé unas cosas en verso libre (…) y abandoné el caso. Había esbozado, con todo, en

una penumbra mal urdida, un vago retrato de la persona que estaba haciendo aquello. (Había nacido, sin

yo saberlo, Ricardo Reis).

(…)

 

Aparecido Alberto Caeiro, traté enseguida de descubrirle —instintiva y subconscientemente— unos

discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, descubrí su nombre y lo ajusté a él,

porque en aquel momento ya lo veía. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me

surgió impetuosamente un nuevo individuo. De una sola vez, y a la máquina de escribir, sin interrupción

ni enmienda, surgió la «Oda Triunfal» de Alvaro de Campos: la oda con ese nombre y el hombre con el

nombre que tiene.

 

 

De una sola vez, y a la máquina de escribir, sin interrupción

ni enmienda, surgió la «Oda Triunfal» de Alvaro de Campos:

la oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.

 

 

Creé una coterie inexistente. Establecí todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias,

conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterio, y en todo ello, me

parece que fui yo, creador de todo, quien menos presente estaba. Parece que todo ocurrió

independientemente de mí. Y parece que así ocurre todavía. Si algún día pudiese publicar la discusión

estética entre Ricardo Reis y Alvaro de Campos, se vería lo diferentes que son uno de otro, y cómo yo no

soy nada en la cuestión (…)

 

 

Unas notas más sobre este asunto… Yo veo delante de mí, en el espacio sin color pero real del sueño,

las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos. Fijé sus edades y sus vidas. Ricardo

Reis nació en 1887 (no recuerdo el día ni el mes, los tengo en algún sitio) en Oporto, es médico y vive

actualmente en Brasil (…). Ricardo Reis es un «poquito» más bajo que Caeiro (que era de estatura

mediana), más fuerte (Caeiro murió tuberculoso) aunque delgado, su rostro de un vago moreno mate (…).

Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas, es, como dije, médico; vive en Brasil desde 1919, pues

se exilió voluntariamente por ser monárquico. Es un latinista por educación, y un semihelenista por

vocación (…).

 

 

Yo veo delante de mí, en el espacio sin color pero real del sueño,

las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Alvaro de Campos

 

 

Caeiro escribía mal el portugués, Campos razonablemente, pero con lapsos como cuando dice «eu

próprio» en lugar de «eu mesar», etcétera, Reis mejor que yo, pero con un purismo que considero

exagerado.

 

Sea corno sea, el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica y constante a la

despersonalización y a la simulación. Estos fenómenos —afortunadamente para mí y para los demás—

los ideé en mí; quiero decir, que no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de relación con los

demás; estallan hacia dentro y los vivo a solas conmigo.

(…)

 

 

el origen mental de mis heterónimos está en mi tendencia orgánica

y constante a la despersonalización y a la simulación

 

 

Puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi

disciplina mental revestida de la música que le es propia, puse en Alvaro de Campos toda la emoción

que no debo ni a mí ni a la vida.

(…)

 

Lo que soy esencialmente —tras las máscaras involuntarias del poeta, del pensador y de cuanto más

haya— es dramaturgo. El fenómeno de mi despersonalización instintiva para la explicación de la

existencia de los heterónimos conduce de forma natural a esa definición. Así pues, no evoluciono: VIAJO

(por un lapso en la tecla de las mayúsculas me salió, sin que lo quisiera, esa palabra en letra grande. Está

bien, y así la dejo). Voy cambiando de personalidad, voy (aquí puede haber evolución) enriqueciendo mi

capacidad de crear personalidades nuevas, nuevos tipos de fingir que comprendo el mando, o mejor de

fingir que se puede comprender.

 

 

Así pues, no evoluciono: VIAJO

 

 

 

ricardo reis

 

 

El doctor Ricardo Reis nació dentro de mi alma el día 20 de enero de 1914 alrededor de las once de

la noche. Yo había estado oyendo el día anterior una amplia discusión sobre los excesos, especialmente

de realización, del arte moderno. Según mi manera de sentir las cosas sin sentirlas, me fui dejando llevar

por la onda de esa reacción momentánea. Cuando me di cuenta de lo que estaba pensando, vi que había

concebido una teoría neoclásica y que la estaba desarrollando. La encontré hermosa y pensé que sería

interesante si la desarrollaba según principios que no adopto ni acepto. Se me ocurrió la idea de hacer un

neoclasicismo «científico» (…).

 

 

Según mi manera de sentir las cosas sin sentirlas, me fui dejando llevar

por la onda de esa reacción momentánea. Cuando me di cuenta de lo que

estaba pensando, vi que había concebido una teoría neoclásica y que la

estaba desarrollando

 

 

Se resume en un epicureísmo triste toda la filosofía de la obra de Ricardo Reis. Trataremos de

sintetizarla.

 

Cada uno de nosotros —opina el Poeta— debe vivir su propia vida, aislándose de los demás y

procurando tan sólo, dentro de una sobriedad individualista, lo que le agrada o le place. No debe

procurar los placeres violentos, y no debe huir de las sensaciones dolorosas que no sean extremas.

Buscando el mínimo de dolor o (…), el hombre debe procurar sobre todo la calma, la tranquilidad,

absteniéndose del esfuerzo y de la actividad útil (…).

 

Debemos procurar darnos la ilusión de calma, de libertad y de felicidad, cosas inalcanzables porque,

en cuanto a la libertad, los propios dioses —sobre los que pesa el Hado— no la tienen; en cuanto a la

felicidad, no la puede tener quien está exiliado de su fe y del medio donde su alma debía vivir; en cuanto

a la calma, quien vive en la angustia compleja de hoy, quien vive siempre esperando la muerte,

difícilmente puede fingirse sereno. La obra de Ricardo Reis, profundamente triste, es un esfuerzo lúcido y

disciplinado para lograr una cierta calma.

(…)

 

 

Debemos procurar darnos la ilusión de calma, de libertad

y de felicidad, cosas inalcanzables

 

 

 

Nuestro Ricardo Reis (confiesa Alvaro de Campos) tuvo una inspiración feliz, si es que él utiliza la

inspiración, cuando redujo a seis líneas su arte poética:

 

No el arte poética, sino la suya. Que él ponga en la mente activa (altiva) el esfuerzo sólo de la

«altura» (sea esto lo que sea), lo admito, aunque me parezca rigurosa una poesía limitada al escaso

espacio propio de las cumbres. Pero la relación entre la altura y los versos de un cierto número de

sílabas me es más oscura. Y, es curioso, el poema, salvo la historia de la altura, que es personal, y por

ello se queda en Reis, que, por otra parte, la guarda para sí, está lleno de verdad:

Que cuando es alto y regio el pensamiento,

 

Súbdita la frase lo busca

y el esclavo ritmo lo sirve.

 

(…)

 

No critico a Reis más que a otro poeta. Lo aprecio realmente, y a decir verdad, por encima de

muchos, de muchísimos. Su inspiración es rigurosa y densa, su pensamiento compactamente sobrio, su

emoción real aunque demasiado dirigida hacia ese punto cardinal llamado Ricardo Reis. Pero es un gran

poeta aquí lo admito—, si es que hay grandes poetas fuera del silencio de sus propios corazones.

(…)

 

 

Dice Campos (habla ahora el propio Ricardo Reis) que la poesía es una prosa donde el ritmo es

artificial. Considera la poesía corno una prosa que se reviste de música, de ahí el artificio. Yo, sin

embargo, diría que la poesía es una música que se hace con ideas, en lugar de con emociones. Con

emociones liaréis sólo música. Con emociones que tienden a las ideas, que se añaden a las ideas para

definirse, haréis el canto. Con ideas solamente, que contengan tan sólo (?) lo que de emoción hay

necesariamente en todas las ideas, haréis poesía. De este modo, el canto es la forma primitiva de la

poesía, porque es el camino hacia ella.

 

 

Cuanto más fría la poesía, más verdadera: la emoción no debe entrar en la poesía sino como elemento

dispositivo del ritmo, que es la supervivencia lejana de la música en el verso. Y ese ritmo, cuando es

perfecto, debe surgir antes de la idea que de la palabra. Una idea perfectamente concebida es rítmica en

sí misma; las palabras donde perfectamente se diga no tienen poder para abatida. Pueden ser duras y

frías, no importa: son las únicas y por ende las mejores. Y, siendo las mejores, son las más hermosas.

De nada sirve el simple ritmo de las palabras si éstas no contienen ideas. No hay nombres bellos, si

no es por la evocación que los hace nombres. Que alguien se deje arrullar por los nombres propios de

Milton es justo si se conoce lo que expresan, absurdo si se ignora, no provocando sino cansancio en el

entendimiento, del que las palabras son el torpor.

(…)

 

Una idea perfectamente concebida es rítmica en

sí misma; las palabras donde perfectamente se diga

no tienen poder para abatida

 

 

Un poema (continúa Reis) es la proyección de una idea en palabras a través de la emoción. La

emoción no es la base de la poesía: es tan sólo el medio del que la idea se sirve para reducirse a

palabras.

 

 

(…) La disciplina del ritmo se aprende hasta que acaba siendo una parte del alma: el verso que la

emoción produce nace ya subordinado a esta disciplina. Una emoción naturalmente armónica es una

emoción naturalmente ordenada: una emoción naturalmente ordenada es una emoción traducida a un ritmo

ordenado, pues la emoción da el ritmo, y el orden que hay en ella el orden que en el ritmo existe.

En la palabra, la inteligencia da la frase, la emoción el ritmo. Cuando el pensamiento del poeta es

alto, esto es, formado por una idea que produce una emoción, ese pensamiento, ya de por sí armónico por

la conjunción equilibrada de idea y emoción por la nobleza de ambas, transmite ese equilibrio de

emoción y de sentimiento a la frase y al ritmo, y así, como dije, la frase, súbdita del pensamiento que la

define, lo busca, y el ritmo esclavo de la emoción que ese pensamiento incorporó a sí, lo sirve.

(...)

 

 

Hay frases espontáneas (escribe Alvaro de Campos), profundas porque vienen de lo profundo, que

definen a un hombre, o mejor, con las que un hombre se define sin pretenderlo. No me puedo olvidar de

aquélla en la que Ricardo Reis una vez se me definió. Se hablaba de la mentira, y él dijo: «Abomino la

mentira, porque es una inexactitud». Todo Ricardo Reis —pasado, presente y futuro— está en esto…

 

 

 

y él dijo: «Abomino la mentira, porque es una inexactitud».

Todo Ricardo Reis —pasado, presente y futuro— está en esto

 

 

 

 

 

 

 

 

1 Comentario

  1. NdAlfonso

    Pessoa se entretiene en explicarnos –de manera
    plástica y detallada– sus heterónimos: [casi] podemos
    entender el modo preciso en que nacieron, y casi
    los hace dialogar entre sí para nosotros.

    NdAlfonso

    Responder

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