isabel bono:
pan comido:
si te llaman no es mi voz
si te llaman no es mi voz
Tú no sabes lo lenta que soy cuando recojo la mesa
al deslizar los cubiertos sobre el plato
para empujar los restos de comida a la basura.
Tú no sabes que prefiero que el helado se derrita
que siempre acabo volcándolo en el suelo
para que el gato se lo coma.
Tú no sabes que el gato se llama Galileo
y que fue mi padre quien le puso ese nombre.
Cuando alguien deja de quererte
el nivel de los pantanos no es un tema prioritario
y yo llevaba una semana olvidando cerrar el grifo
mientras me cepillaba los dientes.
Sin embargo, no encontrar aparcamiento en toda la manzana
hubiese sido una tragedia.
Menos mal que te llevaste el coche.
Cada uno llegó con su vida. Una vida cada cual
más una vida juntos
rompe cualquier principio matemático,
pero cuando las cuentas salen
y una vida para dos suma tres
no hay teorema que lo avale.
Soñabas y te caías a pedazos.
Yo limpiaba debajo de la cama y entre pelusas (blancas)
encontraba botellas rotas. Me causaba un dolor inmenso
barrer el futuro que había imaginado para nosotros.
Deseé que todas las nubes
descargaran sobre mi cabeza. Y llegó el invierno más triste.
La lluvia lo limpia todo
pero llena los bares de parejas con frío y calcetines húmedos.
No estás por más que te mire.
No volveré a tocarte, pensé aquella noche. Cuando me dejes
me marcharé de esta ciudad. Mentira.
El Capitán Marlow, dijo:
Un barco es muy parecido a otro
y el mar es siempre el mismo.
Ceesepe, dijo:
Sustituir un caballo por una escoba
y demás sueños que pudiéramos tocar con las manos.
A ver cómo lo explico:
tú no estabas, la ciudad dejó de importarme
y celebré la llegada del nuevo siglo con un año de retraso.
‒El amor acaba con los principios.
La muerte también (no llegué a decir).
Cucarachas, ratas, palomas y gallos. Tigres de bengala.
Nunca me gustó Rousseau.
Te mentí muchas veces.
Todo esto no ha pasado aún. Mis palabras
no son más que el mapa de un tesoro
que nadie quiere desenterrar.
Así que custodia bien tus recuerdos
para cuando vuelvas a mirar la playa
y yo no esté allí para cantarte estribillos.
Esta historia también eres tú:
un ejército de peces vaciándome.
Pero no olvides que
nada tengo que ver contigo ni tú con esto.
Quedamos en que vendrías.
La mentira más grande: descubrir
un gel de litro en tu bolsa de viaje: se suponía
que venías para quedarte.
Dormir en el sofá se hizo costumbre.
Después de incendiarme la cabeza
como en un cuadro de El Bosco
y decidir que Dalí era el más grande de los impostores
me pediste un secreto.
‒Siempre uso camisetas de rayas.
Llorábamos como críos por algo que nos traía sin cuidado.
Te duchaste vestido (de eso tienes que acordarte)
y, para consolarme me contaste
cómo tu mujer se volvió loca
y rompió una a una todas las tuberías de la casa.
Queda demostrado que no sabíamos beber.
Desayunamos en un chino y te acompañé al aeropuerto.
Primero Berlín, después Londres.
Total, para fotografiar el miedo en una cornisa
y vivir con un gato.
Te olvidé al tercer día según tus cartas. Las mías
dijiste, siempre decían lo mismo.
De la casa conservo la llave de tu cuarto.
Podía haber sonado Car más de cien veces en mi corazón
pero Doug todavía no la había escrito.
Samuel Barber hizo las veces.
‒Sácame de aquí.
Tú tenías un sueño. Mejor: Tú no tenías sueños.
De otro modo tendría que contar
que se nos hizo de noche.
Nuestros corazones dos juguetes de plástico
abandonados en la orilla.
‒Si me encierran, ¿vendrás a verme?
Ruido de pelota golpeada por palas de madera
casi idéntico al toc-tac de un reloj de pared gigante
y desincronizado. Reloj con arritmia.
Recojo y me largo.
He venido a descansar, no a matar el tiempo.
Si supieras qué absurda me parece esta sombrilla
y estas estrellas (de mar) movidas por ningún amor.
Qué absurdas esas risas
el calor y los filtros solares.
Yo quería tormentas, no este sol espléndido.
Así comenzó este peregrinar por playas
a las que sólo se llega andando.
Calas enrocadas, jaque mate, amor, jaque mate,
que he perdido en la resaca la mitad del bikini.
Aun así sigo buceando.
Ya sabes que aguanto más de dos minutos sin respirar.
Rastreo el fondo: desde aquí abajo podría jurar
que aquellos meses fueron unas vacaciones pagadas
en un balneario decorado por Chejov.
Cada noche Dj’Kundera
pinchaba el Hit Parade en el salón de bailes.
¿Ves a esa mujer? Podría ser yo, pero yo nunca tuve deseos
de caminar descalza más allá de tus ojos. Miraras o no.
‒Hay sueños que es mejor no descifrar.
Frases largas para preguntar, cortas para responder.
Mis respuestas eran dibujos en la alfombra
como si la alfombra fuese esta arena
donde (ahora) escribí tu nombre
antes de que el mar se lo llevara una y otra vez.
Me dolía el aire. Tal era la velocidad.
Aun así teníamos que haberlo intentado. Yo:
mezclar tus óleos con secativo de cobalto.
Tú: leer en voz alta mis poemas. Yo: acentuar tus esdrújulas.
Tú: chupar mis pinceles (tu saliva)
hasta que cada punta fuese una aguja.
Y todo por ver cómo cae la noche (decelerada)
con una sola ambición
sin un mal gesto, con un hambre de siglos
y rendidos preguntarnos cuánto más o nada más.
Si seguimos esperando o ya hemos llegado al the end
de esta novela rusa que es la vida.
En resumen: elegí un pueblo pequeño, llegué de noche
y vi la H encendida sobre la bahía.
No tenía con quién pasar la mañana
y pasear en barca fue sólo una opción entre mil.
Imposible equivocarse. Después,
los cobardes, le llamarán casualidad.
En resumen: en algún lugar
hay dos cuerpos tumbados en la playa
y ninguno es el mío.
Mientras, me maquillo de aftersun para nadie.
Y te recuerdo que no me diste tu teléfono.
En resumen: el futuro será una página escrita.
‒No te despiertes, amor, ya me encargo yo.
Ciao mare, oí decir.
Bono, Isabel.
Pan comido.
Madrid; Ed. Bartleby, 2011
del blog de Héctor Castilla
hectorcastilla.wordpress.com
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Uno, yo en este caso, ama los larguísimos poemas
de Isabel Bono en Pan comido. Si quisiera exagerar
diría incluso que me apasionan, que me gusta releerlos,
que cuando quiero refugiarme en la poesía busco
estos poemas y no otros. No sé, ni quiero averiguarlo,
por qué son tan especiales para mí. Pero ahí están,
y no se agotan, aunque pueda recitarlos de memoria.
ndalfonso