isabel bono: pan comido: mira atentamente

cómo se deshace un cubo de hielo

en la palma de tu mano y creerás en los milagros

 

 

 

pan comido. madrid; ed. bartleby, 2011

 

 

 

Buenos días, he tenido seis sueños en este viaje tan largo

cantaba Javier Bergia.

Bajas, te llevas las llaves y me dejas sin música.

Luces de emergencia tac-toc como una bomba relojería.

Explosión y erosión

antes y después de la primera luz del Big-bang.

Me largo antes de que salte por los aires

este corazón sin tracción en las cuatro ruedas.

Ya sé que habíamos quedado

en que aguantaría hasta el the end, pero

esta calle mal iluminada parece un fundido en negro

más que una noche americana.

¿Qué haremos cuando no sea suficiente

con admirar lo que otros construyen?

¿Cuando las grúas

y el mecanismo de los astros no sean suficientes?

¿Cuando las estrellas corten sus hilos celestes

y constantes decimales periódicos

sin llegar a aproximarse a la terrible verdad

y se atraigan y caigan

unas sobre otras como nosotros aquel verano?

Dejo una nota en el parabrisas y me voy.

 

 

Te creí cuando dijiste: Mi ideal sería pasar por aquí

por los edificios, las escuelas

las chicas, las instituciones, la política y la sociedad

Mataría cucarachas, perros, actores porno

por poder vivir la vida como Alberto Caeiro

que decía: Pensar es estar enfermo de los ojos.

Tú no creías en la historia

en la gravedad que sostiene galaxias enteras

ni en líneas imaginarias pero, si hubieras podido

te habrías agarrado el meridiano de Greenwich

como si fuera la barra de los bomberos

sólo por ver amanecer dos veces.

Dicen que mirar el fuego de una cerilla

da ganas de orinar, dijiste.

No creo que una llama tan pequeña

tenga tanto poder, dijiste.

Definitivamente no creías en nada.

Vivir sola no fue fácil.

        ‒Buenos días (amor) he tenido seis sueños.

Nadie contestó,

pero esa misma mañana recibí dos telegramas.

Quiero sentir frío, pensé. Sentir la respiración helada

de un ejército de erizos en el estómago.

Me miré más de cien veces las líneas de la mano

sólo por comprobar si estaba avisada

o era una jugarreta del destino, y me levanté

dispuesta a no abrir la boca. Llamas desde una cabina.

Decir: tengo la cabeza llena de grillos

desde que mi madre se puso a vaciar cajones

ropa blanca, mantelerías

y varios electroencefalogramas: rarezas de museo.

A ti te daba pena verte en un carnet antiguo

y a mí me dan pena mis ondas cerebrales. Pero no.

Habla él. De su nueva novia, de las bibliotecas de París

de unas rocas en forma de huevos gigantes de color rosa.

        ‒Seguro que sigues olvidando regar las plantas.

Nos despedimos. Sillón, sol, música: vaciándome.

 

 

Hay personas a las que les crecen

frutos y peces tropicales de las manos,

pienso mientras me hablas de física.

Dices que la teoría de la relatividad está superada

y que ahora es la súper cuerda.

Partículas que lo atravesaban todo

(piones, muones, neutrinos).

Los neutrinos no tiene carga.

Ahora, al saberlo, dice,

cuando hay un haz de luz pone la mano

para que los neutrinos lo atraviesen

ya que nada lo atraviesa porque anda

insensible (anestesiado).

Y me fui hacia la puerta. Y llévate esos cedés

que te van a gustar

aunque contigo nunca se sabe. Y otra vez el haz de luz

y las partículas saliendo de la cocina, y se te escapa

un poema de Kipling demasiado heroico.

Y no te dejes el de Billy Bragg

que tiene un poema de Kipling, precisamente.

¿Pero tienes que irte? ¿Pero tienes algo que hacer?,

insiste. Quédate.

      ‒Pero no me quito el abrigo, que estoy temblando.

William Bloke me da cuatro golpes en la espalda.

También me dieron las seis.

 

 

Algo falla, lo noto: te costó convencerme de que éramos felices.

Tuviste que ponerme mercromina en el corazón

y obligarme a escuchar quince veces seguidas

En un mundo tan pequeño.

Me fui de todos modos porque tus palabras

como un neutrino más, me atravesaban sin estruendo.

      ‒Me voy. Tengo que regar las plantas.

Volver no significa necesariamente

llegar huyendo de otro lugar. Esta vez sí.

Afortunadamente nadie había cambiado la cerradura.

No había luz. Cené una cerveza y me masturbé dos veces.

Me pregunto qué estarás haciendo en este momento tú;

miro por la ventana, a veces eso ayuda y a veces no, cantaban.

 

 

Un amor así también es de este mundo

pensé, y me fui a la cama sin ducharme.

 

 

 

 

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