isabel bono
perspectiva
Mientras el hombre está subido a la plataforma,
ella no piensa en su postura inestable ni en el
viento que hace aún mayor esa inestabilidad,
piensa en que ese hombre es pastelero. Quizá hace
unos meses tuvo que cerrar su pequeño comercio
de barrio, se vendía poco y los hijos no han querido
continuar con el negocio. Este nuevo trabajo no está
muy bien pagado, pero siempre hay plazas para
quien esté dispuesto a ejercerlo. No es peor que
otro trabajo. Él sigue la línea concentrado, sin
salirse un milímetro, avanza dos centímetros y
retrocede uno sobre la pasta blanda y blanca.
El hombre, sin mediar palabra y sin llegar a
chasquear los dedos, pide a su ayudante otro tubo
de silicona. El nicho ha quedado perfectamente
sellado. Si estuviera en horizontal, solo le faltarían
las velas.
Parece una tarta, dice entre dientes. Su hija no
sabe si reírle la broma. ¿Estás bien, mamá? Claro,
oye, creo que cuando termine el pastelero voy a ir
a cortarme el pelo. ¿Pastelero? ¿Me acercas al centro
comercial?
Se despiden sin ceremonias. Él se ha llevado a su
cuñada. Ella y su hija van hacia el centro comercial.
Durante el trayecto no han dicho nada.
Aprovecha que el semáforo está en rojo y déjame
aquí. Puedo dejarte en el parking. No, no, aquí
mismo, muchas gracias, hija, le dice pasándole la
mano por la cara. Cuando el semáforo se pone en
verde, ve cómo su hija la mira a través del retrovisor.
En realidad es así como nos vemos unos a
otros, como si nos miráramos a través de retrovisores.
Ya está bien de tonterías, respira, hay que cortarse
el pelo.
Mientras la chica le masajea la cabeza piensa en
el nicho. Tres personas y un solo cráneo. Cuando
murió su madre las incineraciones no estaban de
moda. Cuando murió su hijo lo abrieron para meter
sus cenizas. Aquella urna tan blanca que ahora,
al abrir de nuevo el nicho para meter la urna de
su padre, le había parecido un trasto sucio
y feo.
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Isabel Bono
Una casa en Bleturge
Nuevos Tiempos
Siruela
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