El ALBOROTO DE LOS PÁJAROS fue el último de sus títulos que John Ashbery (1927-2017) vio publicado en vida. A sus casi noventa años, después de haber escrito otros veintisiete volúmenes de poesía, una novela, tres obras de teatro y varias antologías de ensayos y traducciones del francés, y de haber recibido todos los premios y honores literarios del mundo anglosajón, desde la Medalla Robert Frost hasta el National Book Critics Award for Poetry, pasando por el Pulitzer, el anciano poeta compuso una elegía involuntaria que sintetiza de algún modo su quimérica aspiración a reflejar en la página, en el poema, la experiencia vital sin filtros, tal como la mente la percibe, la entiende o simplemente la experimenta.
  El poeta dedicó su vida entera a profundizar en la elaboración de «la experiencia de la experiencia», a soñar y olvidar para más adelante recordar y dejar constancia de lo percibido, o de lo meramente intuido.
  Este libro puede leerse como un análisis sobre nuestra pobre percepción del paso del tiempo, una meditación sobre la fugacidad y la incapacidad para apreciar plenamente el momento presente que ya ha dejado de serlo.
  Lo mejor que puede hacer el lector, lejos de buscar explicaciones o conclusiones, es zambullirse en El alboroto de los pájaros sin ideas preconcebidas y dejar que las palabras le permitan experimentar el triunfo sensorial de la poética del fracaso de John Ashbery, reencontrándose entre ellas con el poeta plenamente vivo.  

 

 

 

El alboroto de los pájaros

 

AutorJohn Ashbery
ColecciónVisor de Poesía
Fecha de edición2018
Bilingüe
Nº páginas206 páginas
Medidas19,80 x 12,50 x 0.5 cm.
AcabadoTapa blanda
ISBN978-84-9895-332-9

Colección Visor de Poesía Nº 1032

 

 

 

 

 

 

 

EL ALBOROTO DE LOS PÁJAROS

 

 

 

Estamos atravesando el siglo diecisiete.

La última parte está bien, es mucho más moderna

que la primera parte. Ahora tenemos la comedia de la Restauración.

Webster y Shakespeare y Corneille estaban bien

para su época pero no eran lo bastante modernos, aunque suponían

un avance respecto del siglo dieciséis

de Enrique VIII, Lassus y Petrus Christus, que, paradójicamente,

parecen más modernos que sus inmediatos sucesores,

Tyndale, Moroni y Luca Marenzio entre ellos.

A menudo es cuestión de parecer más que de ser moderno.

Parecer es casi tan bueno como ser, en ocasiones,

y de vez en cuando igual de bueno. Que alguna vez sea mejor

es un asunto que más vale dejar a los filósofos

y a otros así, que saben cosas

de un modo que no está al alcance de otros, aunque esas cosas

son a menudo casi las mismas que las que sabemos.

Sabemos, por ejemplo, cómo Carissimi influyó en Charpentier,

propuestas medidas con un giro al final

que remonta las cosas al comienzo, solo que un poco

más arriba. El giro es italiano,

importado a la corte de Francia y al principio denostado,

luego aceptado sin reconocer de dónde

procedía, como suelen hacer los franceses.

Quizás algunos lo reconozcan

de esta nueva guisa, que puede dejarse

para otro siglo, cuando los historiadores

aseguren que todo ocurrió con normalidad, como resultado de la historia.

(El barroco tiende a salirnos al paso

cuando creíamos que había quedado arrumbado.

El clásico lo ignora, o no le importa mucho.

tiene otras cosas en la cabeza, de mayor importancia,

al parecer.) Aun así, hacemos bien en crecer con él,

esperando con impaciente ilusión el modernismo, cuando

todo se resolverá para mejor, de algún modo.

Hasta entonces más vale complacer nuestros gustos

en aquello que les corresponda: este zapato,

ese tirante, llegarán a parecer útiles algún día

cuando la atenta presencia del modernismo esté instalada

por doquier, como los restos de un proyecto de obras.

Está bien ser moderno si lo puedes soportar.

Es como quedarse bajo la lluvia, y llegar

a entender que siempre fue esa tu condición: moderno,

húmedo, abandonado, aunque con esa intuición especial

que te permite comprender que no estabas destinado a ser

algún otro, para quien los artífices del modernismo

superen el análisis mientras se marchitan

y desvanecen bajo el fulgor del presente.

 

 

 

 

COMMOTION OF THE BIRDS

 

 

 

We’re moving right along through the seventeenth century.

The latter part is fine, much more modern

than the earlier part. Now we have Restoration Comedy.

Webster and Shakespeare and Corneille were fine

for their time but not modern enough,

though an improvement over the sixteenth century

of Henry VIII, Lassus and Petrus Christus, who, paradoxically,

seem more modern than their immediate successors,

Tyndale, Moroni, and Luca Marenzio among them.

Often it’s a question of seeming rather than being modern.

Seeming is almost as good as being, sometimes,

and occasionally just as good. Whether it can ever be better

is a question best left to philosophers

and others of their ilk, who know things

in a way others cannot, even though the things

are often almost the same as the things we know.

We know, for instance, how Carissimi influenced Charpentier,

measured propositions with a loop at the end of them

that brings things back to the beginning, only a little

higher up. The loop is Italian,

imported to the court of France and first despised,

then accepted without any acknowledgment of where

it came from, as the French are wont to do.

It may be that some recognize it

in its new guise—that can be put off

till another century, when historians

will claim it all happened normally, as a result of history.

(The baroque has a way of tumbling out at us

when we thought it had been safely stowed away.

The classical ignores it, or doesn’t mind too much.

It has other things on its mind, of lesser import,

it turns out.) Still, we are right to grow with it,

looking forward impatiently to modernism, when

everything will work out for the better, somehow.

Until then it’s better to indulge our tastes

in whatever feels right for them: this shoe,

that strap, will come to seem useful one day

when modernism’s thoughtful presence is installed

all around, like the remnants of a construction project.

It’s good to be modern if you can stand it.

It’s like being left out in the rain, and coming

to understand that you were always this way: modern,

wet, abandoned, though with that special intuition

that makes you realize you weren’t meant to be somebody

else, for whom the maker of modernism will stand inspection

even as they wither and fade in today’s glare.

 

 

 

 

 

 

El poema y su traducción proceden de la página de Zendalibros

 

 

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