Julia se ha lanzado a bailar, vestida de mantel y con los brazos puestos. Al vuelo la falda y

los faldones, al vuelo los extremos superiores, al vuelo los dedos de las manos.

Julia se ha arrancado por bulerías, contra toda la feria de abril y sus gitanos. Está hermosa

de intención y de mirada, buscando el duende negro en sus entrañas como si buscara un

permiso para matar o un paquetito de guindillas rojas.

Está hermosa de estilo y de colores, sangrante y torera como un sufrimiento gordo a caballo.

Saca humo de la tierra hermosa y quiere dos vidas de su vida, tres vidas de su vida, muchas vidas,

más vidas de su vida. Julia se yergue altamente, atronadoramente, enrojecidamente, sin palio

y sin espuelas, sin caerse del cartel y salvando la montura.

Busca la caoba, la tumba, la cosa muerta del mundo bajotierra; busca el dolor duro, dulcemente

amargo, engendrado de oscuridad como la vida; busca el hueso taciturno y magullado, la sombra

vertebral, las sustancias espesas de la tierra.

Baila, baila, y bailando sale del aire, se va de su piel, y sube por su muerte hora a hora, a zapatazos,

a cumpleaños, de pena y de vergüenza, de espaldas para siempre.

 

 

 

 


 

 

 

 

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