La última publicación de Julieta Valero es una antología que se titula

Libro de las conjugaciones. Logroño. Ediciones del 4 de agosto, 2016.

Hemos traido unos poemas de su libro 

Altar de los días parados. Madrid; Bartleby editores, 2003.

Como sucede con Mariano Peyrou, estos poemas tienen la ventaja,

nada desdeñable, de que -aproximadamente- se entienden.

 

 

julieta valero: altar de los días parados

 

 

 

 

 

PEQUEÑO DESAFÍO

 

No quiero

superar a la muerte.

Sólo (y más que eso),

deseo tragarla,

aplicarle una furia intestinal

que nunca olvide.

Y así, ya mía,

expulsarla del inverso paraíso

que es mi vientre.

 

Después que me mate.

 

Ya habremos partido.

 

 

 

 

VUELTA DE VIAJE

 

xxxxxI

NACIONAL CUATRO

 

 

Gimo desde el puente

(una sola dirección)

que es el retorno.

 

Conozco este breve tránsito al embrutecimiento.

 

Hablo desde el lugar

en que mis pies se detienen

a la espera del alma morosa

de mar. Ahí llega

en un ralentí de renuncias y de algas.

 

Aún soy espléndido esperpento. Mañana otra vez

sombra de mi sombra.

 

No se puede contar un viaje.

 

Sólo os digo que marché, que regreso,

y no comprendo esta querencia en presenciar

lentos funerales.

 

 

 

 

DESPLAZADOS, CARAVANA

 

 

Si en la tristeza todo se vuelve alma

entonces los bosques están llenos de harapos aún calientes

y sufren las carreteras de una lava silenciosa

que hiede para seguir viviendo,

que tropieza con el hambre, con las piedras, con sorpresas homicidas.

Una ausencia que se extiende como agua despreciada.

 

(Dicen que allí sólo quedan los perros.

Yo espero que los perros apenas reflexionen

y como último placer emprendan el suicidio.)

 

Si donde hay dolor hay un suelo sagrado,

al continente le está pesando su matriz

como un recuerdo de hierba malvendida.

 

 

Si en la tristeza todo se vuelve alma

y donde hay dolor hay un suelo sagrado,

no queda carne,

todo son heladas iglesias, altares sin hombres.

 

Noticieros, destrucción.

 

 

 

 

FINALMENTE

 

 

Amanece algo empieza o sencillamente un hombre va caminando

(De otro lado) Alguien muere finaliza es bruscamente detenido

(Entonces) El horror la sorpresa se monta salvaje a tu corriente sanguínea

(Y así) El dolor es el fluido que mejor conduce el dolor

 

No hay quien soporte esta sabiduría: existe la inocencia,

el ciervo sabía de la detonación antes que la mano.

 

Y tú convocas sus ojos, quieres saber, te revuelves, tú el ciervo,

cada vez que alguien, algo, toca a su fin, es arrebatado, fallece,

 

y adónde.

 

 

 

 

[TODAVÍA NO, ENTRE NOSOTROS, EL BESO PERFECTO]

 

 

Todavía no, entre nosotros, el beso perfecto.

Tu boca piensa en sí,

o en mi boca,

y se deja atrás la casa.

 

O quizá sea yo…

 

Siempre un salto de nadie entre las bocas. Soledad.

 

Aún no, y nunca venga

el solar en sus confines.

Bregando

nos ha de encontrar

el desamor.

 

 

 

 

[A VECES NO HAGO EL AMOR CONTIGO]

 

 

 

A veces no hago el amor contigo.

Ocurre que tu cuerpo me rescata

(un cuchillo ignora su importancia, su

tremenda importancia)

de la soledad que la piel impone

(tener filo condiciona seriamente)

a mi sangre. Y se vierte o se escapa

no sé qué marea, acaso antigua.

Mundo.

No. A menudo no es contigo con quien

hago el amor.

 

 

 

 

 

VENTUROSA SALA DE ESPERA

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxEntornar la mirada
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxhasta ver lo impensable, es crear.
xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxDiego Jesús Jiménez

 

Nubes con vocación de desfile.

Arrastran un espacio sin nombre.

Nubes. xxxxxxAntes que nadie las ve un pájaro

con residencia temporal

en los nervios de la azotea.

 

En mis nervios sólo nubes,

y el gozo

de estarme yendo, otra vez,

a las más hondas afueras.

 

En este exilio comienza la oscuridad

a agonizarse.

 

 

 

 

RENDIDO DISCURSO CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA

 

 

 

¿De qué sirve, quisiera yo saber, leerte,

romperle la cara al horario

a golpe de antología

olvidar regar las plantas, mis asuntos

y en estos años, precisamente en estos años

¡tan, tan críticos! renunciar

a la plácida meseta

de la biología y el puesto fijo…?

¿De qué sirve…

si luego llegas tú, resumido por otros

con tus ojos azules prensados

de sesenta y ocho

con tu habilidad para la alquimia

y las promiscuidades, con tu destino —encima trágico—

de poeta y cuerpo hermoso?

 

De qué sirve si al final del sostenido

escribes: las rosas de papel no son verdad.

Y quemas.

Te acompañan las mesas de los bares

la medida perversión de los cenáculos

donde rodabas, me parece,

en tormenta de papel y anatomías

donde sigues rodando, hoy,

de boca en boca

bífida o tierna, según el caso

o el día que tengamos

mis amigos y yo, atajo de imprecisos

que también escogieron el instante

—inmortales a lo ancho—

que es escribir.

Y que luego digas tú

que no son verdad, que queman…

Podría recordarte que ya no tiene gracia,

no es posible, inventarme más autobiografías

que empieza a ser manifiesta

mi presencia de domingo en las reuniones familiares.

Podrías explicarme —quizá tú sepas,

al fin, supiste— si merece la pena la ebriedad

o si es mejor dejarse… y embalsamar las alas

como lindos portentos ignorados

y entonces volar muy firme,

muy alto y muy firme.

Si no fueses tan fábula,

tan vaga y divisible o si tuvieras la decencia,

al menos, de instalarte en una orilla

y dejar de ensayar la vida

en horarios inconstantes…

 

Si pudieras de una vez sentir, no pensar,

que reinas y guerrilleros de salón

no merecen un cuerpo, una injusticia

que se escapan.

 

Es cierto,

las rosas de papel no son verdad

pero se pasa la tarde, se entra en los amigos,

uno piensa que hay lugar. Entretenerse y

rozar frontera, argumentos del juego. Final.

 

que a duras penas te llevaré a la cama

soportando tu peso, tus hipos

entre culpa y almidón

y probablemente te cante, otra vez,

con cariño templado, a saber,

la nana del desde mañana

desde mañana mismo, lo juro, empiezo

y veré cómo te escondes

incluso no pueda evitar señalarte un rincón,

el más cálido y propicio,

donde esconderte

del juicio de un día que ya marcha

más virgen aún de como vino.

 

¡Ay!, ¡Qué áspera manía la de escarbar en vuestros ojos

y la aun más triste de sobreponerse a uno mismo!

 

 

 

 

CÉSAR VALLEJO EN FRANCIA, 1929

 

 

Si no le ayudó a tragar el bocado

de ser uno y estar de pie.

Si su vida en cesuras

según canta exactamente esta foto era

enorme y desgraciada en sí,

y además era otra cosa —siempre

es otra cosa—,

si no le proporcionaba

pan caliente, sábana caliente, fe

caliente, mujer,

si ni el aliento le calentaba…

 

si el futuro de su amor en ocio,

de su talla en ocio

ha sido un mutilado homenaje

y tampoco eso importa,

 

¿a qué, entonces, el frío,

el aguacero, la letra, la instantánea?

 

Hay poetas, señores,

que no necesitaban,

repito,

que no necesitaban,

escribir.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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