károly lotz: bathing woman
1901
180 × 70 cm
hungarian national gallery
La belleza de esta muchacha aguantaría cinco bombardeos sin utilizar
el refugio antiaéreo. Huele a madera, a lentísimo animal, a esas sustancias
saladas que flotan en el viento espeso del mar.
Si utilizara sus tres rodillas o si engranase el tálamo con el hipotálamo,
llamaría la atención del emperador, no sólo por su belleza y sus posibles
sino, además, porque tiene un desdén ambicioso, el desprecio de los triunfadores,
que llegan a la vida –o adonde sea- con el trono al hombro, con unos dientes
admirables, y se traen un suelo para pisar fuerte, y un mapa estratégico para
señalar sus expansiones.
Tal vez tenga que buscarse la vida que quiera vivir —aunque sea entre los muertos—
y tal vez lleve una moneda fría donde las demás mujeres tienen un corazón, a veces
hasta un dulce corazón.
Es, tal vez, una de esas cosas malas que le suceden a la gente buena, o una de esas
cosas reales que le suceden a la gente irreal, fantasmagórica, indecisa: se dice que
saber hacer una cosa es fácil, lo difícil es hacerla: quizá esta muchacha sea de esas
personas que hacen las cosas, que no sólo las desean o las imaginan o las ven pasar
o las esperan.
Con esas piernas espléndidas que son como dos mangas de riego; con ese par de tetas
que son, quizá, como las que el poeta tocó –en las últimas esquinas- y se le abrieron de
pronto —como ramos de jacintos— esta muchacha tenaz se quedaría cogida al hierro
negro hasta perder el eco: es erótica y sensual y sexual y guapa, tal vez dispuesta a
reventar el asfalto de la calle y de la vida; tal vez dispuesta a ser tridimensional y peligrosa,
a hacer que tiemble el misterio y a comerse por patas a los que no sepan camuflarse deprisa.
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