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la hermosa homeless
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Las cosas, a veces, no son fáciles: son difíciles. Esta hermosa vagabunda de la humanidad
última no tiene, al parecer, los estigmas más frecuentes del gremio de los homeless. Con todo,
sus opciones personales, su realidad privada, deben de estar en algún punto muerto. O no.
Hay una educación que nos enseña a ganarnos la vida, y otra que nos enseña a vivir; pero
no sabemos cuál le falta —o le sobra— a la hermosa vagabunda.
Tal vez no le gusta la gente que no sufre, o entró al mundo por la puerta trasera. Pero nos
va pareciendo que, con los vagabundos, lo importante es otra cosa: algo que se va imponiendo
en diagonal o desde el reverso, desabrochadamente o a traición.
Un nudo de sueños; una emoción ambigua. Uno se cae del cartel porque tropieza o lo empujan.
O se le ha hecho tarde porque nunca ha sido pronto para él. O, en algún momento, se fueron
olvidando de quererlo, y después de todo lo demás.
La ley del individuo dice que a nadie le preocupa o entiende lo que hacen las otras personas.
Mientras el vagabundo se va o abandona o escapa o —simplemente— no hace nada, hay otros
que siguen luchando, aunque no tengan ni idea de contra qué luchan, ni por qué es tan importante
no rendirse.
Los homeless, ¿son gente más débil? ¿cuál es la medida de la vida? ¿las personas a las que
amamos o nos aman? ¿nuestros logros? ¿Y si fracasamos, o nunca llegamos a amar o a ser amados?
¿Qué pasa entonces? ¿No damos ninguna medida y la callada desesperación de una vida sin vida
nos deja estorbados? Mmmm. Parece un asunto cornudo.
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Fotografía de Lee Jeffries, Untitled
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