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el reverendo
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Como honrado merodeador, uno sospecha a veces que lo esencial, en determinados escenarios, es saber sobredimensionar
la vacuidad: lo que equivale a sacar los horizontes portátiles o a subir las escaleras pero no los peldaños.
El Reverendo Carter, que conoce los beneficios de la publicidad, se ha colgado al cuello un crucifijo de pared, con un crucificado
manco de un brazo y cojo de las dos piernas, que es lo de menos cuando se busca la esencia, el espíritu, la verdad.
El Reverendo redondo de ojos, que es un mago de la escena, con un solo gesto detenido nos hace la gran pregunta, nos
proporciona la gran respuesta y nos cierra las vías de fuga con esa sonrisa que se apoya directamente en el espléndido despliegue manual:
el índice largo aprovecha la longitud de la mano para prolongarse, de manera que parece penetrar por la sien hasta la sede central de la
verdad: nos ha capturado en un circuito que, cada vez que recorremos, nos repite el mensaje: ‘todo está aquí dentro: piensa’, y, en efecto,
entramos en su cabeza, agujereada por el dedo índice, y tocamos la sede de la verdad y salimos por la mirada redonda de sus ojos hasta la
mirada de nuestros ojos, que nos lleva de nuevo al índice que penetra su sien.
El Reverendo, estratégicamente, da por supuesto –para convencernos- que nos ha convencido: como la publicidad, nos ha inoculado
su personaje que, sin palabras, se cierra sobre sí mismo, poseyendo la gran pregunta y la gran respuesta.
Aprobamos, en suma, su oferta, pero ya cansados de trascendencia, le alisamos cariñosamente las solapas de la túnica antes de
que parta, siguiendo su vocación, en busca de otros feligreses.
© Fotografía de Lee Jeffries
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