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mugre a quemarropa
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Dentro, debajo, detrás de la espesa mugre, hay un tipo humano que nos mira. Quizá crea que la Historia se ha acabado;
quizá se dio cuenta de que estaba siendo él mismo y rectificó a fondo.
Debemos decir, a su favor, que la vida es una tremenda disonancia, y además, que está llena de rodeos. El tipo mugriento
se llama legión, simplemente porque el nombre de todo hombre es legión.
Tal vez sufra de alguna enfermedad social o, sin más, de un agudo estado de paréntesis, como algunos árboles que se quedan,
temporalmente, en postes. Cuando se juzga a un hombre, hay que hacerlo según su infierno, aunque no sepamos cuál es. ¿Intentó
cruzar un precipicio en dos saltos? ¿Olvidó, acaso, que la lluvia no se queda en el cielo? ¿Salió a contar su rebaño y se le complicaron
las cosas? ¿Ha conocido la mala causa y marcha, de tres en tres, a la unidad?
Detenido en su gran situación, fuma y fuma un tabaco universal, exacto, que es el que se recomienda en casi todos los Tratados
del alma cuando alguien no acaba de saber si está vivo o muerto. Amado sea el desconocido que nos mira desde detrás del infinito:
amado mortal, figurativo, con el oscuro aspecto de una bestia.
Ahí está, con su tamaño, su intestino y sus dolores, con las llaves verdes de su tumba y mucha mugre a quemarropa, propietario
natural de los ocios donde crecen animales taciturnos.
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Fotografía de Lee Jeffries, Untitled
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