manuel vilas
américa

camden

 

 

círculo de tiza
cuarta edición (ampliada):
febrero 2020

 

epílogo: cinco baladas americanas

 

 

 

candem

 

 

 

 

la casa de walt whitman en camden está cerrada

 

Algunos vagabundos merodean en el entorno

y nos miran

con el rostro arrasado, el buen rostro arrasado

que la concepción de sus padres les regaló

y fue el peor regalo de sus vidas; y también el

único regalo

y el último; el que volverán a ver los ángeles

alargados

de los sepelios rutinarios de los servicios

sociales.

 

Un vagabundo me pregunta que si soy chino.

 

Ojalá lo fuera, y así quitarme de encima la peste de España.

 

Camden es un suburbio, como mi sagrado corazón.

 

La casa de Walt Whitman está rodeada de miserables.

 

 

Borrachos, vagabundos, negros, hispanos, sacerdotes

de la última voluntad de Jesucristo que no fue

el perdón de los pecados ni la resurrección de los muertos

sino la destrucción y la nada

y el castigo y el predominio del mal, su expansión,

su rigor, su inteligencia, su laboriosidad.

 

Llamamos a un teléfono que salía en internet

para concertar una cita, pero no pudo ser:

América olvidó a su poeta, y yo lo celebro,

y me alegro, porque nadie merece memoria.

 

El cielo arriba esconde la nube que te esconde.

 

Tengo hambre de la sangre de las grandes gradas

donde el empeño ya se desvanece y da paso al

ingenuo sol.

 

Los ríos de la tierra, ¿dónde perseveran?

 

La basura corre por la calle de tu casa en Camden

y es bella porque no hay voluntad en sus adentros.

 

Me gusta sonreír al misterio, para que el misterio

se dé cuenta de que no hay miedo ni obstinación

en mí.

 

 

Fuimos al cementerio y estabas allí, lleno de

hojas secas.

 

Si hubieras sacado la mano de la tumba, te la

hubiera

retorcido, porque nadie merece la resurrección

de la carne.

 

Había frente a tu tumba un lago

con cisnes envejecidos, sordos, amarillos.

Envidié el reino animal y el agua, inerte.

 

Estabas enterrado con tu familia.

También envidié eso: estar allí con tu gente, si es

[que existió

tu gente; pensé en familiares comidas de

domingo

en soleados días de junio, en risas, en abrazos, en

amor.

 

Había lápidas con varios Whitman,

primos y sobrinos y hermanos,

y tíos y abuelos y cuñadas,

no lo sé,

todos pudriéndose juntos.

 

Había la luz en todas las cosas,

alumbrándolas

para nadie.

 

No te mereces este poema porque estás muerto.

 

Y los muertos no sirven para nada.

 

Dile a mi padre que yo también soy un poeta.

 

Anda, hazme ese favor, díselo, con cariño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Te puede interesar

las tardes – Vicente Gallego

 

Pero los días, al pasar, no son
el generoso rey que cumple su palabra,
sino el ladrón taimado que nos miente.

 

exilio

 

Miraba la vida desde la ventana
de mis ojos,