manuel vilas · el hundimiento · I. los nadadores nocturnos · 1980

 

 

 

 

 

poesía completa 1980-2018

3ª edición corregida y aumentada

noviembre 2019

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madrid

 

«1980»

 

 

Me miro todas las mañanas, aún es de noche,

bajo la luz eléctrica,

en el espejo del miserable cuarto de baño,

ya con cincuenta y un años mal cumplidos y bien solo,

y te veo a ti,

con la misma edad,

en el invierno de 1980.

 

Te veo a las siete de la mañana cargando las maletas

y los muestrarios en el maletero de tu Seat 1430.

 

Tal vez mi coche sea mejor que el tuyo.

 

La industria automovilística occidental oferta

a la clase baja algún modelo con sexta marcha

e incluso con aire acondicionado.

 

El salario, sin embargo, es el mismo.

 

El país, sin embargo, es también el mismo.

 

Veo el mismo rostro en el espejo, la aplastante madrugada

y el sórdido empleo,

y la sórdida ganancia de una comisión,

toda la vida detrás de una comisión a la intemperie,

que no te dio para nada,

absolutamente para nada.

 

Yo intenté escribir y tú fuiste

un anónimo viajante de comercio,

somos lo mismo.

 

¿Dónde están nuestras capillas en las más famosas

catedrales de España,

en la de León,

en la de Sevilla,

en la de Burgos,

en la de Madrid,

en la de Santiago de Compostela?

¿Dónde nuestros rostros en bronce esculpidos

con las heridas en el costado?

 

Tú, recorriendo absurdos pueblos de Aragón, luchando

por vender el textil catalán, el textil de las boyantes empresas

catalanas,

—-barcelonesas, prósperas y ya con relaciones internacionales—

a sordos y oscuros y pobretones sastres de pueblos atrasados

de la España hosca, medieval y mutilada.

 

Ellos sí, tus jefes catalanes, ganaban mucho dinero, tú nada.

 

Nos afeitamos los dos al mismo tiempo, tú en 1980,

yo en el 2013, un poco evolucionada si quieres

la industria del afeitado, un poco de colonia,

un poco de agua en el pelo.

 

Salimos los dos al mismo tiempo y montamos

en sendos automóviles,

el mío tiene música y el tuyo solo radio,

tu Seat 1430, y tal vez sea esa la única diferencia,

a mí me ayudan Lou Reed y Johnny Cash con sus canciones,

a ti no te ayudó nadie.

 

Te fuiste con setenta y cinco años.

Yo me voy dentro de cinco minutos.

No, no quiero verte al otro lado del espejo.

 

 

No soportaría tu mirada de fuego, tu mirada de condenación

suprema.

 

 

 

 

 

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