manuel vilas: el hundimiento: I. los nadadores nocturnos: perdiguera

 

 

2015

 

 

perdiguera

 

 

 

Un hombre y una mujer se citaron en un pueblo de Aragón,
a treinta kilómetros de la desértica ciudad de Zaragoza,
el pueblo se llamaba Perdiguera, quedaron en una gasolinera.

 

Una gran gasolinera, a las afueras del pueblo, allí no hay
problemas de espacio.
Todo son deshabitadas planicies y campo yermo,
todo es la Nada allí, en ese pueblo, en Perdiguera, un pueblo
ventoso.

 

 

El hombre llegó antes, conducía un Volkswagen.
Entró en la tienda de la gasolinera y se bebió una cerveza
Ámbar.

 

 

Había allí dos tipos como dos fantasmas afables.
«Está fría la cerveza, tío y solo cuesta un euro», le dijeron.

 

«Sí, es verdad, está estupenda y es barata», dijo el hombre
y salió a la explanada, con la lata en la mano derecha,
esperando la llegada de una mujer.

 

Ella llegó enseguida, en un Alfa Romeo blanco, último
modelo.

 

Él la vio aparcar junto a su Volkswagen.

 

 

Le gustaba ese Alfa Romeo, iba con su estilo, con el estilo de
la mujer.

 

Se metió en el coche de ella y se besaron.
Él comió su labio inferior, delicadamente.

 

Se quedaron mirando a los ojos.

 

«¿Habrá algún bar por aquí, en este desierto?», preguntó el
hombre.

 

«Sí, he visto una terraza al pasar», dijo la mujer,
con una serenidad y una precisión sobrenatural.

 

Dejaron el Volkswagen y sc fueron con el Alfa Romeo hasta
el bar.

 

Era el bar más hostil de la tierra.
La camarera parecía un ser inservible, viejo, cansado,
sin rostro casi, como un bulto rodante,
miraba con envidia el Alfa Romeo blanco, aparcado en la
puerta.

 

Pero a ellos les daba igual.

 

Él bebió mucha cerveza, ella poca.

 

Siempre es así. Él bebe más. Pero ella fuma.
Él no fuma. Él habla de vez en cuando por hablar,
por rasgar la pared amurallada de los silencios simbólicos.
Y ella le escucha. Le mira, le mira mucho, con sed.

 

 

Parecían actores de una película japonesa
de los años cincuenta, en blanco y negro.

 

El tiempo pasaba a la velocidad de la luz.

 

No podían creer que diez minutos fueran tres horas,
sin haber dicho nada, ninguna palabra audible, nada sonoro,
pero extenuados de tanto conversar,
rotas sus lenguas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

manuel vilas
poesía completa
1980-2018

volumen MLIX de la colección Visor de Poesía
2ª edición, enero 2019
3ª edición, noviembre 2019

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madrid

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