manuel vilas: resurrección: I. las manos extendidas: gambas y navajas

 

 

2005

 

 

gambas y navajas

 

 

Me estaba comiendo unas gambas en un sitio que está cerca del
       Teatro Principal
y entró un negro vendiendo cedés, un negro con una sonrisa
       gigantesca,
con un cedé de Julio Iglesias, metido en una bolsita nauseabunda.

 

Yo estaba pensando en Dios Nuestro Señor, en el malvado
       universo,
en la nada, estaba pensando en el sexo,
en las mujeres muertas, en Dios, eso, en Dios.
Y yo tenia las manos llenas de restos de gamba, su cuerpo blanco.

 

La gamba y el negro y las voces de los bares y cl abrigo
encima de la silla y el humo y más voces y más gente que entraba
y el bar abarrotado y cuidado con cl abrigo, que como se ensucie
menuda pérdida, con la pasta que vale. Ah, el abrigo, la marca
del abrigo, trabajo para ese abrigo, cl nauseabundo abrigo.

 

¿Dónde demonios duermen todos esos negros sonrientes?
Los negros, sus vidas en las ciudades europeas, en Madrid, en
       Milán,
yo qué sé, en todos esos sitios, en los bancos, en los parques,
       Dios.
Los perros de Frankfurt, los perros de Manchester, perros, perros,
       Dios,
perros mansos, a veces me vienen imágenes de mi vida, millones
de imágenes, el pasado es un perro, muérdeme, muérdeme, Dios.
El pasado es un animal, una bestia sexual, abiertas sus carnes
para que entres allí, entra, perro negro, un perro negro,
la juventud, perro negro, Dios.
Necesito ser feliz, y lo estoy siendo, en la negrura.
                     Estoy siendo muy feliz.
Esta felicidad es bocanada de carne grande de otro hombre,
       ¿de quién?

 

Me estaba comiendo unas navajas en el barrio de Las Fuentes,
       Dios,
(ya sabes, ciudad de Zaragoza, en el desierto, en la nada)
                    y entró un chino vendiendo cedés.
Miré al chino, el viejo chino con trescientos mil años de vejez,
el viejo chino empalmado sexualmente por dentro, Dios.
El chino sobrenatural, aparecido en la ciudad de Zaragoza,
símbolo de mi muerte, arcaico chino con las manos de carne.
El chino y el ofrecimiento de los cedés, esa música barata,
fotocopiadas las caras de los artistas, borrosas fotocopias
hechas en los barrios más duros, chino salvaje, el chino prometido.
¿Estás loco? Cómete las navajas, que se enfrían y luego no valen
       nada.

 

Pensé en los malvados océanos, pasivos, broncíneos.
Los asquerosos océanos, hoteles de cinco estrellas para los tiburones.

 

Cedés de Alejandro Sanz, de Amaral, de Bruce Springsteen.

 

¿Has visto el vientre verdoso, lleno de marítima porquería a la
       plancha,
de esta navaja que me voy a tragar sin mirarte a los ojos,
has visto cómo voy a clavar mis muelas empastadas en ese vientre?,
le dije al chino. Y el chino entendió perfectamente lo que estaba
       diciendo.

 

Y una lágrima venenosa, al descender por mi cara,
fue convirtiéndose en una bestia de humo, en un licor sobrenatural.
Mira esta lágrima, chino hijodeputa, dije. Y el chino miraba.
Mírala bien, apréndela. Y el chino miraba bien, y estaba
       aprendiendo.
Oh, chino, hijodeputa, qué gran alumno eres.
Mira la lágrima, la bestia, la bestia de Dios.

 

Y me trague la navaja entera, sus músculos, su culo, su vientre,
       sus ojos,
su alma, el alma del chino, las manos del chino,
y luego me metí un trago de Martín Códax por mis venas, por
       mi sangre,
bajando el vino como un perro blanco
blanco por mi alma desnuda hasta llegar al fin del mundo,
porque, por si no lo sabías,
                                               yo soy el fin del mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

manuel vilas
poesía completa
1980-2018

volumen MLIX de la colección Visor de Poesía
2ª edición, enero 2019
3ª edición, noviembre 2019

visor libros
madrid

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Te puede interesar

identidad

 

vivo en mi tiempo
fuera de mi tiempo

 

después del incidente

 

Sigue creyendo que la luna vierte
su locura inconstante aquí en la noche,
que existe un mundo fiel