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Al entrar vio el arco iris en el mueble; en vez de salir en el cielo

había salido en un mueble; aterrada volvió al patio. No quedaba

un habitante de la casa; los familiares divagaban lejos. Las plantas

negras con las flores casi de gasa, de gas. Eran muchísimas, impedían

el paso. Tornó a entrar y el arco iris seguía en el ropero; tomó

una silla y se le sentó enfrente; es preferible enfrentar y luchar.

Pero el arco iris se desplegó en la habitación, y de pronto, la

ciñó, la envolvió, fijamente, firmemente.

Ella sintió un miedo horrible. Y sintió el poder. Y la gloria. Pero

el miedo era más grande y volvió a huir. Envuelta en el fenómeno

llegó a la cocina, quiso hacer las cosas cotidianas, a ver si se apagaba

eso, mondó papas, puso la olla. Pero todo seguía igual.

Entonces, fue más lejos, cruzó los jardines. Las gallinas volaron

sobre las violetas. De rodillas, unió las manos, cerró los ojos (dijo

una oración muy larga); cuando los volvió a abrir, se vio las uñas,

opalinas, y los rizos largos, de varios colores.

 

 

 

 

Marosa di Giorgio

de La edad anaranjada

número 17

Colección Ave Roc

Fondo de Animal Editores

Ecuador, 2012 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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