moaré de estío

Un sol, marrón y grueso como un caqui, nacía; estuvo un tanto entré los troncos, se hundió en otro rincón

del cielo. Pero fue un día en verdad muy largo.

La luna ya era un plato de nieve. El carpincho emergió del agua, entre los astros, con el pantalón mojado,

velludo, y el bigote también con agua.

Llamó en un rudo alarido a su mujer para el trato íntimo con él. Ella acudió. Hicieron la unión de pie,

como siempre, y muy nerviosos, con miedo de que les diesen muerte así. Él tuvo una gran sensación por

toda su carne espesa. En las diversas capas y adentro de los huesos. Ella, no tanto. Tal vez, fuese de

nuevo requerida, o estaría embargada ya, para dar a luz más luego, entre los yuyos acuáticos y de un

modo triste. Si no era trozada ahí.

El carpincho quedó medio ebrio, medio loco, entre los astros.

Fue hasta la casa, espió la cocina. El amo y el ama hacían como siempre.

Topó al bebé que en el coche tomaba un trago de aire de jardín. Lo desbarató.

Y huyó.

Las tías llegaban dando gritos que parecían cuchillas.

Decían: ¡Eugenio! ¿Dónde está Eugenio … ?

Y miraban· a la luna de nieve por si el bebé se hubiera subido allí arriba. Pero, sólo lo hallaron con el

coche desquiciado, unos metros más allá entre dos claveles.

Los otros familiares parecían estar rígidos. Los padres del bebé hablaban como si tuvieran los labios

pegados.

El carpincho trotó triunfante, silbó algo a su mujer que quedó muda.

Y se escondió en el río por un rato.

 

 

 

 

 

 

Marosa di Giorgio

Misales. Relatos eróticos – 1a ed.

Buenos Aires – El Cuenco de Plata, 2005

 


 

 

 

 

 

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