Noelia está en un edificio abandonado. Y ha sido sorprendida

por el fotógrafo del amor, quizá, escapando de una vida plana,

algo que vendría a ser como beber largos tragos de leche o

vomitar mismidad en una palangana blanca.

 

Sucio, sucio es el mundo; pero respira.

Y ella entra en la habitación como un animal resplandeciente.

 

Como novia a la fuga que es, detenida en la luz en medio

de ese pasillo que da a la eterna eternidad,

hace que uno, como sencillo merodeador se pregunte,

¿Acaso soy yo el polinizador de los escombros?

 

Noelia nos avisa desafiante de que ha sido esculpida

por el blanco definitivo hasta modelar sus serpenteantes

caderas. Su mirada es altiva y esas uñas de colores,

auguran un arcoíris de sangre en la espalda.

 

Es una mujer que seguramente nos dolerá en todo el cuerpo, ay.

Sabe perfectamente que es necesaria la grieta para que entre la luz,

y de reojo, le pregunta al fotógrafo, ¿viniste a alegrarme, a ser testigo

de la hermosura un instante?

 

A lo que él contesta con precisión absoluta: Yo soy el relámpago,

que dibuja las nubes y hace, debajo de la noche,

levantarse los árboles hacia la lluvia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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