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La Toilette

 

Los tenores de ópera parecen algo más que tenores de ópera, pero no son más que tenores de ópera –dijo el poeta.

Con las mujeres, en cambio, no sucede lo mismo: parece que no son más que mujeres pero, con relativa frecuencia, son más, mucho más que mujeres.

Erguida y hermosa, más bien ligerita de ropa, esta muchacha se está peinando, acicalando, componiendo, tal vez para salir a la noche y al mundo, al mundo de la noche, fascinante y dulcemente peligroso como una selva urbana.

Entre espejo y espejo, trabaja con cuidado y concentración, como haciéndose un delicada cirugía del moño antes de ponerse la ropa torera y de montarse, de un salto, al caballo de sí misma –sin bridas y sin estribos- para el paseíllo y para la faena de lidia.

Tiene una estampa torera y sigilosa, como un gato, con el ombligo vertical, el ánimo incandescente y muchos deseos profanos. Cuando acabe con el pelo, tal vez se quite el atuendo extensamente epidérmico que lleva y se vista de persona, con su camisita y su canesú, siempre que pueda superar, abandonar el extraño estado de conciencia en el que ahora está, y que es en el que caen las mujeres –algunas mujeres- cuando se dedican a embellecerse, y su cerebro mental entra en estado alfa, que es también el de los faquires, lo que hace que, virtualmente, no estén ni aquí ni ahora, sino en una especie de bucle espacio temporal lleno de nardos y caracolas –que no tienen un cutis tan fino como ellas-, y entre cristales con luna –que no relumbran con tanto brillo-, como vio y dijo el poeta.

Como sencillo merodeador la veo en tipo, ortodoxa y rompedora, con escuela y etiqueta, con unas ganas crudas de vivir y de numerarse los tamaños para arrancar en corto, haciendo el teléfono y, si es necesario, desabrocharse los candados hasta tocar el placer con los diez dedos.

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Narciso de Alfonso

Merodeos: el desnudo femenino en la pintura


 

Theo Molkenboer (1871-1920)

La Toilette – 1903

Museo Stedelijk

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

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