Iselin

la bella durmiente

 

Es tan extraño, es tan asombroso, tan increíble. Algo en ella se desconecta y la desconecta, y se queda hermosa y solitaria.

La mano izquierda abierta, desplegada sobre el corazón; el brazo derecho flexionado, con la mano semicerrada, como sujetando

o sosteniendo algo. Las piernas extendidas, el pie derecho montado sobre el izquierdo.

Ella está alejada o ausente, o quizá cercana pero al otro lado, a la vuelta de la esquina, en una sombra fresca o en una esponja

olorosa o en una línea paralela al agua que pasa y se va. ‘Rubio y triste esqueleto, silba, silba’.

El sueño es el alquiler del mundo o de la vida: el alquiler que pagamos por el descanso de los huesos puros, porque el cuerpo universal

sacie sus esquinas, por la tierna flexión de los rígidos relojes.

Iselin se ha ido a la penumbra del establo de los siete colores fríos, hasta que las avestruces del tiempo a deshora tiren de los hilos de

la soledad y la saquen del sueño y la despierten y se levante descalza a la mañana descalza.

 

 

 

 

 

 

 

Narciso de Alfonso

Merodeos: la bella durmiente

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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