Lara-Mullen

La sopa de pescado

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Tal vez Lara tenga ese punto rebelde, insobornable, lúcido y recóndito que necesitamos para que el tiempo futuro no se nos convierta en una mera prolongación del presente, como el agua de la sopa de pescado prolonga el pescado indefinidamente, hasta que se queda sólo en un poco de agua sucia.
El asunto es parecido al aviso bíblico en relación con la sal que se desvirtúa: ¿con qué se la salará? ¿con qué se resala la sal desalada? Sólo sirve para arrojarla sobre la tierra y que los hombres la pisoteen.
Como vamos camino de ser el agua sucia de la sopa de pescado y la sal desvirtuada, necesitamos con urgente urgencia ejemplares humanos como Lara, que lleva puesto lo suyo personal propio, lo que hace que ella sea ella, singular o prodigiosa, aunque, lógicamente, cuando llegue su tiempo nos despreciará, pero en su mirada temerosa y rebelde está todavía esa forma de ser humanos que hemos olvidado o estamos olvidando entre tantas aguas sucias y sales pisoteadas.
Uno, sencillo merodeador, confía en las ruedas de Lara, en su pelo teñido de todos los colores, en el peto que se ha bajado para manejarse mejor con el patín. Ella intuye, sabe, que debe esconder celosamente sus intenciones de futuro, y que tiene que resistir las seducciones continuas, atractivas, poderosas, que la incitan a que sea una más: gregaria, resignada y sobrante, que se irá yendo, con el curso de la vida, hacia la nada de sí misma, hacia la nada de las cabras muertas.

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Narciso de Alfonso

Merodeos

 


 

 

 

 

 

 

 

 

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