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que no y que no
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Hailey ni siquiera utiliza los ojos, la mirada de mirar, para decirnos que está enfadada, disconforme, molesta:
le basta con hacer, de su boca, una bocaza; con poner los labios como labiazos y curvarlos hacia abajo para que el
mundo mundial que la rodea sepa que no y que no.
Quizá ya sobreactuando, apoya además su enfado con los brazos, negros de guantes y rosados de piel:
ha echado los cerrojos en vertical y en horizontal, con la mano en la que apoya la barbilla cerrada en puño de puñetazo.
Además del negro, que es el color de la muerte porque devora todos los colores de la vida; y además de una
falda total, acampanada y rigurosa como un ataúd, Hailey apoya también su descontento con los tirantes negros que
cruzan sus brazos y que son todavía más cerrojos atravesados, más señales de prohibido el paso, más clausura.
Como sencillo merodeador, me gusta el sombrero dislocado, con la cumbre mirando al este, que se ha
encasquetado, y me gusta el pelo castaño claro, enmarañado como si estuviera persiguiéndose a sí mismo.
Y los hombros repentinamente desnudos, espléndidamente desnudos, de manera que, por contraste, están más
desnudos que cualquier otro hombro en sencilla desnudez . Ay, la hermosísima Hailey.
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